Le tengo ley porque yo al chaval, lo conozco desde chico. Es algo así como el hijo de un vecino o un sobrino que aunque no vivan en casa, sabemos casi todo de sus vidas. Lo vi cuando lo bautizaron en la Zarzuela, la primera vez que fue al colegio de la mano de su madre, una gran señora, y cuando hizo la primera comunión con sus compañeros de clase. Estuvo muy serio cuando lo nombraron Príncipe de Asturias y formal y atento cuando a su padre lo hicieron Rey. La noche aciaga del primer golpe de estado a la democracia, se mantuvo despierto, aprendiendo que las flores de la corona también tienen espinas. Vinieron luego, el paso por las academias militares que le hicieron conocer por dentro, como un camarada más, la disciplina y el honor. Una mañana luminosa lo vimos partir, a recorrer los mares, saludando gorra en mano desde la toldilla de un bergantín-goleta, mientras la bandera de España flameaba orgullosa en la popa.

Más tarde lo vimos llegar a la Universidad. Se había hecho un tiarrón al que difícilmente le cabían las piernas en el pupitre. Aparte, recibió formación de las mentes más preclaras del país, con el objetivo de aprender a usar la mejores herramientas de un estadista. Culminó su preparación graduándose en la Universidad de Georgetown, una de las más prestigiosas del mundo. A partir de ahí vimos a un hombre joven, culto, amante de su país y a un deportista regateando a bordo del Aifos, el nombre de su madre al revés, en las aguas de Mallorca. Como era normal a su edad, correteó a unas cuantas pivas de buen ver hasta que, como a casi todos nosotros, le alcanzó la flecha de Cupido en forma de flacucha de ojos grandes, lista y plebeya. Ahí demostró su carácter, luchando contra los rancios y se casó con ella que le ha dado la felicidad y dos hijas que son dos soles. Se enfrentaba a un futuro parecido al orejón de su primo inglés, cuando a su padre le entró, como dicen en Los Barrios, el celillo del viejo y desbordó su afición a la caza mayor y a la otra caza. La institución se resintió y tuvo que tomar el relevo, casi de sopetón. Para nosotros sólo cambió que le añadieron números romanos a su nombre. Desde entonces lo hemos visto representar a España con dignidad y elegancia. El pasado martes por la noche lo vimos en televisión coger el toro por los cuernos y poner negro sobre blanco la situación en Cataluña, consciente de la inquietud de los españoles. Fue sereno, conciso y concreto, sin adorno retórico alguno, como un faro entre tinieblas. En la democracia española, hay gente a la que el cargo, le viene grande. Al Jefe del Estado, no.

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