Reflexiones
Jesús Verdú
¿Es posible la paz en Ucrania?
Hace unas semanas, en los Cursos de Verano de El Escorial organizados por el CEU, mantuve un intenso debate con un maestro inteligente, sabio, educado y mayor. Da gusto discutir así, sin golpes bajos ni insultos extraviados. Acostumbrados a la política y a las redes sociales, lo nuestro podría confundirse con un baile de salón. Sin embargo, era una discusión frontal.
Mi docto interlocutor sostenía que los escritores católicos y/o de derechas debemos tratar de escribir por todos los medios en periódicos de izquierdas, en editoriales progres y para lectores descreídos. Yo defendía que ese sesgo, esa querencia o ese prejuicio, como queramos llamarlo, es profundamente nocivo para el debate público y para la creación literaria por los cuatro puntos cardinales.
El más grave: el desdén de tus lectores afines –que serán los que tengas o, como mínimo, la mayoría de ellos– y de tus medios o editoriales. Tu desdén lo notan. Y en el mejor de los casos te pagarán merecidamente con la misma moneda y, en el peor de los casos, se contagiarán de tu autodesprecio. ¡Y son aquellos para los que tendrías que representar un norte…!
Por el sur, los lectores de ideas contrarias también te lo notan y se ensoberbecerán (con razón) de verte perder el norte para agradarles a ellos. Dejarán de tomarse en serio tus ideas. Lógico. ¿Conoce usted a algún escritor progresista que sueñe con escribir en Abc en vez de en El País?
Por el oeste, tus argumentos entrarán en declive o en ocaso si tu prioridad no es dar cuenta y razón de ellos sino que te echen cuenta los que no te dan la razón. Ese interés espurio desfondará tu interés intrínseco, incluso para los rivales que tengan una sana curiosidad en tus posicionamientos. Por el este, que es de donde debería venir la luz, tus argumentos claros y distintos estarán nublados por tantos esfuerzos para componer tu figura. Se ven casos.
Uno puede escribir donde sea que le inviten o contraten. La diferencia está en la indiferencia. Yo estoy feliz de tener todo tipo de lectores, porque sé lo que vale uno (vale por diez mil, si es el mejor, como dijo Heráclito). Siempre hay que dar los mejores argumentos de lo tuyo para propios y para extraños. Si es para los afines, para que los hagan suyos y sostenerlos en la fe, como quien dice. Si es para los contrarios, para que a lo mejor se convenzan y, si no puede ser, para que, al menos, comprendan que tú sí estás convencido de verdad y con razones sólidas. Empeñarse en agradar despeña, distrae, disipa y difumina.
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