Javier González- Cotta

Discurso plasta sobre el verano

Viva Franco (Battiato)

16 de agosto 2025 - 03:05

Disculpen la grosería de inicio. Pero escribir sobre el verano desde el ombligo de uno lleva a la masturbación. Decía Mark Twain que la nostalgia no es más que una masturbación mental. La acordanza derrama sus flujos. Lo dado, lo que fue volátil, se edulcora y el pasado en sí, cuando se evoca mucho tiempo después, adopta la forma de un lienzo y hasta aparece dispuesto sobre un mantel de buen paño en forma de manzanas, higos y ciruelas. Pienso en los bodegones barrocos de Juan de Espinosa.

Da uno por sentado que el tiempo estival fue siempre grato. Y parece ser, de común acuerdo, que en los veranos de la niñez todo o casi todo se iba descifrando bajo el asombro y un temblor fronterizo con el mundo adulto. El primer beso con lengua. El sabor del helado de pistacho. Las turistas francesas en topless en la Costa del Sol. La densidad sin volumen del tiempo en la hora de la siesta. El primer guiño de la muerte bajo el rompeolas con las fuertes mareas de Santiago. Los raquetazos en el descascarillado frontón de una mansión abandonada. El hambre canina tras los baños en la piscina. La filarmónica de las chicharras. Los ladridos de los perros reverberando en la noche por los cerros de la campiña. Las caídas de la bici y los desollones en carne viva. Cosas todas muy tontas y que ahora, evocadas al buen tuntún, son solo una ristra de naderías. Qué importa ya si al convocarlas de nuevo uno se vuelve impuro y vicioso, como decía el padre de Tom Sawyer.

Agosto es ya la amortización del verano tal cual uno lo vivió. Toda añoranza resulta vana si no ridícula. Y todo se lo traga el mismo ruido del resto del año. La hiperventilación noticiosa no cesa. Ahora toca la matraca diaria sobre los incendios que nos calcinan amenizados por el dichoso ministro tuitero. El verano ya no remite a la ética de la flojera. Sólo queda alguna brizna del pretérito, como leer a la vieja usanza, de un tirón febril. Recuerda Antonio Muñoz Molina en El verano de Cervantes que es precisamente el verano la estación de Don Quijote de la Mancha. Las andanzas del tronado hidalgo transcurren todas ellas en los meses del estío manchego (sólo llueve una vez en más de mil páginas). Lo que quedó del viejo verano vivido es sólo una ficción improbable. Pero leer El verano de Cervantes nos devuelve al tiempo suspendido de las horas que fueron lentas.

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