Villaricos es una pequeña población del levante almeriense. Enclave cultural de Andalucía, su zona arqueológica, con una secuencia cronológica muy amplia, remonta sus orígenes a la Edad del Cobre. Se conoce esencialmente como uno de los yacimientos clave en el estudio de la colonización fenicia en la Península Ibérica, identificándose con Baria, cuya fundación data del siglo VIII antes de Cristo. Pero no es solo su importancia arqueológica lo que me lleva a hablarles de este lugar.

Estar casada con un almeriense, nacido en Cuevas del Almanzora, me llevó a conocer este pequeño pueblo donde, desde hace 46 años, paso parte de las vacaciones en la que fue la casa de verano de mis suegros. No les niego que, para esta gaditana, llegar allí supuso en su día un auténtico choque. El agua de consumo venía, y todavía viene, en cubas para recargar un depósito en casa y el panadero llega a diario a tu puerta a golpe de claxon para alegría de mi nieto el mayor, que todos los días grita “abueloooo, el pan”, antes de salir a recogerlo con una enorme cara de satisfacción. Igual ocurre con el pescado. La carne te la surte Rosa en una pequeña carnicería, ahora también frutería y tienda, que prepara unos lomos rellenos para chuparse los dedos y donde los embutidos son caseros. No sé si es “pecado mortal” comerlos o lo contrario.

El turismo ha ido cambiando el pueblo. Pero es cierto que conserva el encanto de los lugares pequeños. Una de sus dos playas, Cala Verde, con una orilla de piedras (a veces “mataría” por mi arena gaditana cuando llevo allí muchos días), restos de lo que fue un antiguo cargadero de mineral, conserva un público a diario eminentemente familiar y la temperatura del mar invita a largas charlas dentro del agua. Frente a nuestra casa vive Aurora, una vecina del pueblo que nos mantiene informados de todo lo necesario y que nos avisa cuando, más dormilones que ella, no oímos las llamadas de los vendedores que llegan a nuestra puerta. Ella, junto a nuestra tía María Josefa, son nuestros referentes en la zona y nuestra tranquilidad cuando no estamos allí. La familia de Aurora regenta un restaurante en uno de los dos pequeños puertos del pueblo llamado La Balsica, donde el trato y el pescado son excelentes y da gusto comer o cenar al aire libre escuchando el rumor del mar junto a las pequeñas embarcaciones atracadas.

Casi todos nuestros amigos cercanos, y por supuesto mi familia, han pasado por esa casa y a todos les encanta la zona. Además, las calas desde allí hasta Águilas merecen ser visitadas. Hoy es un destino agradable para mis dos nietos porque los niños disfrutan de una libertad que no poseen en una gran ciudad. Su paseo marítimo, pequeño pero muy bonito, es el lugar donde ellos ahora, y antes mis hijos, pasean o juegan al atardecer.

Si no lo conocen, anímense a visitarlo. El mercadillo de los domingos tampoco tiene precio. Les gustará, no lo duden.

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