Cambio de sentido
Carmen Camacho
Siquiera un minuto de silencio
Las decisiones de personas concretas constituyen eso que llamamos Historia, no más que un dolor de muelas o algo peor... Toda una vida luchando por entender, pensando; dos conclusiones: una, que nunca entenderé; dos, que no merece la pena. Cuidado, ver la felicidad en los otros, la que puedes sentir y no la ficción de la que imaginamos, da gusto, eso sí.
Me dan miedo dos clases de locura: la de quien jamás se ha parado a pensar nada y se mueve en la ignorancia más vaga, éste suele agarrarse a entelequias como la tradición, la patria, la familia, Dios, el orden, la clase (nótese que se puede haber estudiado mucho y ser así de simple, y que la tradición en sí misma es útil pero convertida en un fin sustituye a la vida real); y la de la frustración: la falta de libertad sexual, la incapacidad para emocionarse, no poder saber qué se siente hacia los demás, la expectativas no alcanzadas de riqueza, medios, éxito, reconocimiento, el cuerpo y sus funciones, la vejez como agotamiento progresivo ineluctable, la muerte como realidad en el horizonte o alrededor... esto genera en muchas personas una necesidad de venganza que compense su sensación de acreedor del universo.
No es raro ver las dos confluir, porque la ignorancia voluntaria empieza muy pronto con los estímulos recibidos, que nadie sabe controlar, el mundo no tendría problemas si supiéramos esa clave utópica. De modo que la ignorancia y la frustración convierten en bravucón, en pendenciera a quien, perdida la razón de vivir, sin norte busca ordenar la causa de su mal fuera de sí en vez del único lugar donde podría encontrarla: en sí. Una sociedad basada en la concupiscencia total y más banal, por definición irrealizable, está condenada al fracaso; el auge de la ansiedad tiene mucho que ver con la impotencia, si un joven se ve obligado a tomar estimulantes sexuales ¿qué habrá de consumir para mantenerse en acción a los treinta? El turismo, la gastronomía como expresión del deseo frustrado, la estética vacua de la imitación (hasta en los rostros), el Arte ingenioso y el ensayo sólo con datos: ¿dónde las ideas? ¿Dónde las explicaciones?
No interesan, porque nuestras faltas son tan evidentes y simples que nos insultan. El bien, la belleza gustan de ocultarse (lo dijo El Oscuro), pero el mal es tan tosco, brutal, daña de forma tan manifiesta que sólo envolviéndolo con mentiras, con falsedades y un autoengaño que nos lleva al decaimiento y la pigricia absolutas, podemos convivir con él en la tristeza existencial de la incapacidad.
Abundan los vengativos, abundan los cazadores que buscan presas para satisfacer su falta de finalidades y rellenar sus fantasías paranoicas con culpables, traidores, enemigos, los otros que son los causantes de que no sean perfectas sus vidas: que nos ocurra esto conforme llegamos a viejos es un tópico comprensible, que los jóvenes empiecen así en la preadolescencia augura un futuro que no será sin violencias. Perdónenme estas reflexiones, he estado cinco días dándole vueltas. A rezar.
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