Sonidos que formaron una orquesta alrededor de casa para interpretar la sinfonía de la lluvia que como maná regresa.

Acurrucada, durmiendo, me despierta el revuelo del entorno afinando instrumentos. Todos a la vez, ajustando el tono sin encontrar por el momento el acuerdo deseado. La lluvia pataleando en la terraza para que me despierte del corto letargo y comience a desperezar mis sentidos para no perderme el espectáculo. Salgo de la cama, me envuelvo en una manta y en la esterilla sobre el cojín me siento hasta conseguir una postura aceptable y cómoda para lograr por un rato la inmovilidad del cuerpo y la serenidad de los pensamientos.

El concierto comienza con los intervalos de viento que rachean la lluvia y la hacen percutir contra el cristal de la sala donde medito. Consigo poner mi atención para escucharla y aunque el ímpetu de la racha sea violenta, el instrumento de cristal la contiene y la hace sonar muy débilmente, casi imperceptible a no ser que tengas tu atención bien dirigida hacia ella ya que es así como se ama la música.

Al salir del placentero silencio de la sala, solo interrumpido por las cristalinas partículas de agua, mientras desayuno, destaco del conjunto la percusión en el alfeizar de la ventana por la que miro despuntar el grisáceo día. Un ritmo continuo que embruja al oído, la gota que justo cae en el mismo sitio y con el mismo tempo.

Los instrumentos de cuerda: las margaritas, con sus pequeños mástiles. Cada hoja, una cuerda. Armonía que solo imagino al ser únicamente apta para oídos prodigiosos. Atinan las yemas de las gotas encadenando el arpegio. La margarita que agradece el fresco roce del húmedo diamante después de la sequía, después de la vulgaridad de días atrás al ser regada por el chorro desafinado de la manguera salpicándola de barro.

Llegan lejanos sonidos de los hondos tambores de la tierra, la gota que cae para chocar con la membrana de su propia naturaleza: el charco. Sonido primitivo y sanador: tambores de agua. Minúsculas lagunas que la tierra sedienta succiona.

Después de la magistral llamada que la naturaleza hace a la vida, todo se vuelve calma y es entonces cuando entran las voces de los coros que desde las copas de los árboles pían acompañados del leve susurro de las hojas al viento. Hablar de pájaros es ya otro tema. Ellos tienen poblado el planeta de un virtuosísimo canto, imposible para mí contenerlo en este humilde espacio.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios