En el mundial de fútbol de Rusia, la selección japonesa fue eliminada en octavos de final por Bélgica. Fue un partido muy disputado, Japón se adelantó 2-0, Bélgica empató y ya en el tiempo de prolongación los belgas marcaron el tercer gol que les dio la victoria. Se supone que los jugadores japoneses se retiraron muy contrariados al vestuario ya que habían estado en un tris de lograr pasar por primera vez en su historia a los cuartos de final. Sin embargo, al día siguiente los medios informativos difundieron una sorprendente foto donde aparecía un vestuario impoluto, ordenado, sin rastro de basura y sin reflejo alguno del comprensible enfado de los jugadores por la derrota, antes al contrario, sobre la camilla de masajes colocaron una tarjeta en la que habían escrito en cirílico "Spasibo" (Gracias en ruso). Fue su manera de demostrar, además de su exquisita higiene, el respeto que le merecían sus anfitriones. Y es que Japón es un país extremadamente limpio y educado. Apenas existen papeleras ni barrenderos porque no los necesitan. Desde las letrinas hasta las alcantarillas todo está impecable. Allí la urbanidad y la cortesía rigen el comportamiento de sus gentes que también extienden a la esfera personal su obsesión por la limpieza. Los japoneses son refractarios al contacto físico e incluso se sienten incomodos con la proximidad corporal (excepto, que remedio, en sus masivos transportes públicos). No intercambian monedas o billetes de mano en mano (emplean bandejas). Al menor indicio de resfriado o gripe utilizan mascarillas quirúrgicas reduciendo así la propagación de los virus y ahorrando a la sociedad días de trabajo perdidos y gastos médicos. Está mal visto sonarse la nariz en público y estornudar sin volver la cara alcanza la consideración de pecado nefando. Son los austeros modales de un país en que se saluda con reverencias e inclinación de cabeza en vez de con apretones de manos o besos, curiosamente, dos formas de contacto hoy vilipendiadas por el alto riesgo de contagio del COVID-19 que suponen. Las costumbres de la civilización occidental y, dentro de ella, sobre todo los países meridionales (Italia, Grecia, España…) son, en cierto sentido, la antítesis de la cultura nipona. No ha sido sino hasta finales del XIX (para las elites) o bien avanzado el siglo XX para la población en general, que hemos tomado conciencia de la higiene corporal y la higiene comunitaria y, en cuanto al contacto corporal, no solo es que no le rechacemos, sino que se considera socialmente aceptable darle un par de ósculos al perfecto desconocido que nos acaban de presentar o, en un entrañable gesto de camaradería, compartir vaso, cuchara o botella con los compañeros de parranda. La pandemia del coronavirus ha supuesto un grave contratiempo para la cultura de palpamientos, toqueteos y hasta sobeos tan del gusto de los latinos. A la fuerza ahorcan, urgen nuevos hábitos… o nos hacemos japoneses o terminaremos siendo carnaza para los virus.

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