En estos días son numerosas las referencias en los medios de comunicación respecto a la entrada en el selecto club de los octogenarios de José Luis Garci, director de cine, escritor, crítico, tertuliano radiofónico y divulgador cinematográfico, Garci es un personaje fundamental del cine español equiparable a Buñuel o Berlanga.

Autor de una extensa filmografía, sus películas más admiradas son las relacionadas con la Transición (Asignatura pendiente, Solos en la madrugada…). La primera película española que obtuvo un Oscar (Volver a empezar) o esa genial adaptación del cine negro clásico a la realidad nacional, que hizo en las tres entregas de El Crack. Con todo, son dos películas que pasaron desapercibidas por las pantallas (y los Goya) las que me parecen sus obras maestras: Tiovivo c. 1950, una representación galdosiana del Madrid de los años 50 que a duras penas va saliendo de la postguerra que Garci rueda con una exquisita sensibilidad y amor hacia unos personajes que se conforman con sobrevivir y You´re the one (título de una canción de Cole Porter) un intimista melodrama rodado en blanco y negro, lleno de emotividad y nostalgia con unos actores en estado de gracia (en especial Lydia Bosch) y con el paisaje asturiano como soberbio telón de fondo.

Sin embargo, aún más que por sus películas Garci me parece una figura esencial por ser el responsable de la formación cinematográfica de muchos españoles. Al igual que gran parte de nuestra cultura política se la debemos a José Luis Balbín y su programa La clave, Garci nos dio un impagable máster de cine durante 15 años a través de ¡Qué grande es el cine!, Cine en blanco y negro y Classics. Cada lunes y entre la niebla del humo de cigarrillos, José Luis, acompañado de excelentes contertulios (mis favoritos eran Juan Miguel Lamet, Fernando Méndez-Leite y Miguel Marías) diseccionaban los mejores clásicos americanos y algunas obras maestras europeas, analizando directores, actores, puestas en escena, planos y secuencias. Garci nos dio a conocer películas a las que difícilmente habríamos tenido acceso sin su programa: Ordet y Gertrud de Dreyer; La trilogía de la caballería de John Ford; Perdición de Billy Wilder; Ser o no ser de Lubitsch; Sed de mal de Orson Welles; Todo Hitchcock; Stromboli de Rossellini… Todas ellas examinadas al detalle tanto técnica como argumentalmente y valorando además el contexto y las circunstancias de sus rodajes. Estos programas eran una suerte de cineclub en los que sus participantes nos transmitían con un lenguaje sencillo y ameno su entusiasmo por el cine. Hoy, dados los derroteros de la televisión, sería impensable Qué grande es el cine o espacios con formatos parecidos como La clave o Negro sobre blanco de Dragó. Solo me queda darle las gracias a Garci por sus enseñanzas.

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