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Lucha desigual
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Es seguro que Óscar Puente no ocupa el Ministerio de Transportes por su conocimiento del sector de las infraestructuras ni su sensibilidad a la hora de programar inversiones. Lo ha demostrado sobradamente en Andalucía, una región marginada en la política de obras públicas del Gobierno de Pedro Sánchez y en la que el ministro se permite despreciar reivindicaciones básicas para su articulación territorial, desde la ronda de circunvalación SE-40 de Sevilla hasta las conexiones ferroviarias de Huelva o del Campo de Gibraltar. Tampoco parece Puente llamado por el camino de la diplomacia. Antes o después su aire faltón y matón allí donde se le pone delante un micrófono y su incontinencia en las redes sociales le iba a proporcionar al Gobierno algún disgusto. Lo acaba de hacer. Los excesos verbales del ministro han abierto una crisis diplomática con Argentina, uno de los principales socios de España en Hispanoamérica por más que ahora esté presidida por Javier Milei, un populista cuyas políticas radicales despiertan un profundo rechazo en las democracias occidentales. Pero no es la misión de un ministro del Gobierno español arremeter contra un mandatario extranjero con argumentos zafios. Cabe preguntarse, por tanto, por qué una personalidad del estilo que representa Óscar Puente ha llegado a ocupar un asiento en el Consejo de Ministros. La respuesta no ofrece muchas dudas: sus méritos están precisamente en su afán descalificador, en su presencia constante a la búsqueda de titulares provocadores y en el aire chulesco del que hace gala. Puente es una pieza más de esos muros de polarización que se están levantando en esta legislatura y que degradan la política. Pedro Sánchez necesitaba alguien que agitara el fango y lo ha encontrado en este ministro de Transportes que parece dedicar la mayor parte de su tiempo a otros menesteres que no tienen mucho que ver con la solución de los problemas de infraestructuras que soporta España.
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