La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Fleming, mi madre y don Agapito

La visita de Fleming me recuerda a mi madre, que lo idolatraba, y a don Agapito Calvo

Estos días en que se celebra el 70 aniversario de la visita de sir Alexander Fleming a Sevilla recuerdo a mi madre, porque lo idolatraba aún más que a Spencer Tracy, se sumó a las multitudes que lo aplaudieron por las calles de Sevilla aquel junio de 1948 que ayer evocaba en estas páginas Miguel Lasida, acudió a su multitudinaria conferencia en el Lope de Vega y se llevó un sofocón cuando inexplicablemente quitaron el monumento de Juan Abascal que se le erigió por suscripción popular en 1957 ante el antiguo Hospital de las Cinco Llagas (ahora está en el patio de la Facultad de Medicina) con la excusa de la remodelación del entorno al convertirse en Parlamento.

Y recuerdo los bares de don Agapito Calvo porque todos ellos, hasta que en septiembre de 1980 un edicto de suspensión de pagos selló definitivamente sus puertas un año antes de que él falleciera, estaban presididos por una fotografía en blanco y negro de sir Alexander Fleming con pajarita. ¿Por qué? Pues porque entre ellos, además de la Punta del Diamante, Casa Luis o la Granja Viena, figuraban Las Siete Puertas, la Venta Marcelino y La Marina. Ya me entienden.

Fui visitante ocasional de La Marina -donde al cierre de las redacciones se reunían lo que el desahogo local llamaba las tres P de las madrugadas sevillanas: putas, policías y periodistas- y de Las Siete Puertas en los años de su decadencia flamenca y apogeo americano, cuando los tercios de Johnson y Nixon los frecuentaban (los pocos años me impidieron conocer los de Eisenhower y Kennedy) y se anunciaba como American Bar Restaurante Siete Puertas. En lo de la publicidad don Agapito era un hacha. Basta recordar este poema: "6 bares restaurantes de Sevilla con fama en el mundo entero / Para su almuerzo o su cena Bar Luis o el Magdalena / Para tapas de cocina Bar La Europa o La Marina / Para una juerga y café Las Siete Puertas con cante, guitarras, palmas y olé / Y para tomar un buen café a la Punta del Diamante".

Y fui frecuentador asiduo del bellísimo café La Punta del Diamante, siempre presidido por don Santiago Montoto en presencia real de tertulia diaria y por Fleming en efigie fotográfica. Don Agapito era un hombre agradecido. Y no solo por lo del retrato de Fleming: cuando falleció Montoto puso de duelo la mesa que siempre ocupaba apoyando los respaldos de las sillas sobre ella. El mundo de ayer, que diría Zweig.

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