La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La genial elegancia de Mancini

Los centenarios de Henry Mancini y Stanley Donen son una ocasión para agradecer una deuda de felicidad

Déjenme que les cuente una hermosa historia de felicidad que une a dos genios nacidos hace un siglo con tres días de diferencia: Stanley Donen, de quien me ocupé hace poco, y Henry Mancini, de cuyo nacimiento hoy se cumple el centenario.

Durante la década en la que trabajó en el departamento musical de la Universal componiendo fondos para series B, Henry Mancini, que había trabajado en la orquesta de Glenn Miller, tuvo su primera oportunidad cuando en 1954 el estudio le encargó las orquestaciones de Música y lágrimas por tratarse de la biografía de Miller. Aunque fue nominado al Oscar a la mejor orquestación de un musical, no supuso un cambio en su modesta posición. Cuatro años más tarde, también por su formación jazzística, se le encargó la composición de Sed de mal de Wells. Su rompedor estilo de jazz latino pasó desapercibido a causa del fracaso de la película. Pero entusiasmó al director Blake Edwards, para quien Mancini había compuesto en colaboración con otros artesanos del estudio El temible Mr. Cory y La pícara edad sin mayor gloria para ninguno de los dos. Aprovechando que había dejado Universal, Edwards lo contrató para su serie de televisión Peter Gunn, cuyo tema se convirtió en un éxito y un estándar de jazz. Fue el inicio de una relación creativa que conoció su primer éxito en 1961 con Desayuno con Diamantes, que le valió a Mancini ganar dos Oscar, a la mejor banda sonora y la mejor canción, y duró toda la carrera de Edwards, con La pantera rosa, La carrera del siglo, El guateque o Victor o Victoria como cumbres.

Un año más tarde, en 1962, Howard Hawks lo contrató para componer Hatari. Su tema Baby Elephant Walk, número uno en ventas, llamó la atención de Stanley Donen, que preparaba Charada. Audrey Hepburn le animó a contactar con él. Y ella fue la inspiración de su maravillosa banda sonora. “Hay una escena en la película –escribió Mancini– donde Audrey vuelve a su apartamento de París descubriendo que su marido había desaparecido con todo su contenido. Entra en el apartamento débilmente alumbrado con su maleta. Sus sentimientos son de tristeza, soledad y vulnerabilidad. Con aquella imagen de Audrey en mi mente, fui al piano y en menos de una hora Charada fue escrito”. Esta película y sus colaboraciones posteriores en Arabesco y Dos en la carretera son historia de la felicidad y emociones que el cine procura.

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