Aunque menos conocida que las dos grandes distopías literarias (1984 de G. Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury) tan certera y premonitoria como ellas es La rebelión de Atlas de la escritora estadounidense de origen ruso Ayn Rand. Publicado en 1957, el libro relata el levantamiento de los empresarios contra el gobierno y los políticos de los Estados Unidos (una especie de huelga de patronos). El párrafo que sigue pertenece a dicha novela y tiene tanta vigencia que podría perfectamente ser entendido como parte de un articulo de opinión escrito esta misma semana: "Cuando usted advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye a quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo y que las leyes no le protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada". La familiaridad de lo que describe con nuestra actual situación política y los escándalos que a diario conocemos y de los que, por lo general, sus responsables suelen salir inmunes, produce escalofríos. Rand nunca fue políticamente correcta y aunque sus ideas siempre estuvieron a contrapelo de las modas, nunca como ahora dejaron de ser una distopía (representación imaginaria de una sociedad cuyas características son indeseables) para convertirse en un fiel reflejo de la realidad. Una realidad que, como dice la escritora, se puede ignorar, pero, sin embargo, lo que no se pueden ignorar son las consecuencias de rehuir la realidad, aquellas que estamos soportando sobre nuestros hombros como involuntarios émulos del joven titán Atlas condenado por Zeus a cargar con el cielo. Otro espíritu libre, Jean d´Ormesson, explica este desolador panorama afirmando que estamos gobernados por los más incompetentes que, en razón de afinidad, son elegidos por los más inútiles que, a su vez, son mantenidos con los bienes y servicios que se pagan con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de un cada vez menos numeroso grupo de productores. Todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías que sabe que han fracaso allí donde se han aplicado y que solo tienen sentido porque las personas a las que gobiernan son idiotas. Seguro que Ayn Rand que creía en la responsabilidad y autonomía individuales y otorgaba un mínimo papel al estado, viendo el actual estado de cosas, aplaudiría la opinión de Flaubert sobre la clase política: "No hay cretino que no haya soñado con ser un gran hombre, ni burro que al contemplarse en el arroyo junto al que pasa, no se mire con placer encontrándose aires de caballo".

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