Aquilino Duque

Descansa en paz, Aquilino. Y estréchale la mano de nuestra parte a don Antonio Machado

Aquilino Duque tenía un nombre de pila muy raro, pero cuando se lo comentabas, te contestaba con una de sus inimitables sonrisas que podría haber sido mucho peor: su padre se llamaba Carpóforo, y en su familia -si eras niño-o te llamabas Carpóforo o te llamabas Aquilino. A él le tocó ser Aquilino, pero quizá no hubo nunca un nombre de pila más adecuado. Y no sólo porque Aquilino Duque tenía un perfil aguileño y un rostro de águila, sino porque vivió toda su vida como un águila solitaria posada en una peña. Irreductible, extemporáneo, Aquilino se negó a maquillar sus ideas o a hacerse pasar por quien no era, lo que le costó ganarse la condición de unperson -como esos seres desprovistos del derecho cívico a existir del 1984 orwelliano-, ya que muchos medios se negaban incluso a citarlo por miedo a ser tachados de cómplices del franquismo. Y eso que Aquilino Duque era una de las personas más liberales y más generosas que ha habido en España. Nunca racaneaba los elogios, incluso a personas que se mostraban displicentes con él, y se llevó muy bien con un montón de personalidades del exilio antifranquista que estaban en las antípodas de sus ideas. María Zambrano, Rafael Alberti, María Teresa León o José Ángel Valente, entre otros muchos, fueron amigos suyos. No es poca cosa. Aquilino podría haberse fabricado una identidad falsa al gusto del consumidor, como tantos otros autores de su generación, pero él no se retractaba fácilmente de sus ideas por mucho que le costaran en términos de ostracismo y ninguneos. Por eso fue un águila y no un cuervo. O un pavo real. O una cacatúa.

Pero lo importante es que Aquilino Duque fue un poeta y un pensador mil veces más grande que todas las aves de corral que le negaron el derecho a existir como autor. El poema El último viaje de Antonio Machado -¡escrito en 1963!- es el mejor poema -por lo generoso, por lo misericordioso- que se ha escrito nunca sobre nuestra guerra civil. Y cada uno de sus ensayos era un prodigio de originalidad, inteligencia y memoria empapada de vida. Y ahora, Aquilino sigue posado sobre su roca solitaria. Y abajo, muy abajo, graznando, triscando en la basura, siguen todas las cornejas y todas las aves de corral que se negaron a considerarlo el gran escritor que siempre fue. Descansa en paz, Aquilino. Y estréchale la mano de nuestra parte a don Antonio Machado.

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