Heracles y el Estrecho (I)
Mitos del fin de un mundo
El primer contacto de Heracles con el Estrecho fue para robar el ganado de Gerión
A partir de este episodio se asoció a las columnas y a su labor civilizadora
El mito de Heracles

Los primeros contactos documentados de expediciones orientales hasta el estrecho de Gibraltar se retrotraen al siglo XII a.C. Sanchoniathon es un escritor fenicio autor de textos donde el dios El, identificado posteriormente con Cronos, aparece relacionado con el extremo occidental del Mediterráneo, donde se situaban espacios infernales, cuyas puertas de entrada eran custodiadas por Briareo. A mediados de esa centuria, los viajes hasta poniente se fueron normalizando y a finales de la misma una nueva divinidad, Melkart, se perfilaba como una deidad de la mano de una expansión púnica que ya se atrevía a cruzar el canal, como lo demuestra la erección de sendos templos referenciales en Lixus y Gadir. Eran expediciones comerciales, en busca de las riquezas ganaderas, forestales y sobre todo, metalíferas del suroeste peninsular. Aunque las puertas míticas del Inframundo se ubicaban también en los extremos del oeste, Melkart nunca se consideró su custodio, sino una divinidad relacionada con las transacciones económicas.
En el siglo VIII a.C. un nuevo pueblo accedió a estas lindes extremas, al descubrir la talasocracia griega las potencialidades comerciales con el territorio del Estrecho. Este hecho coincidió con la obra de Hesíodo, el escritor que supo darle forma a la teogonía helena. Fue entonces cuando aparecieron dos personajes relacionados con el canal: Gerión y Heracles. El primero, hijo de Calírroe y Crisaor, considerado por muchos como el primer líder mítico de Tartessos y con rasgos que lo relacionan con Briareo, fue el antagonista del décimo trabajo de Heracles, hijo del todopoderoso Zeus y representante de una cultura griega que se exportó a occidente. Con Gerión y Heracles se helenizó una tradición cuyos anteriores iconos, Briareo y Melkart, cambiaron de nombre, pero siguieron conformando la dualidad entre lo autóctono y lo foráneo. Como sucedió en los ciclos históricos, fueron los mitos orientales los que acabaron imponiéndose sobre el sustrato occidental. En su décimo trabajo, Heracles no solo derrotó a Gerión, sino que separó Libia de Europa y dio forma física al estrecho de Gibraltar, por lo que las antiguas puertas de Él, de Cronos o de Briareo pasaron a llevar su nombre. Siglos después, los romanos las nominaron como de Hércules a la par que perdieron su condición de puertas del Hades para convertirse en zona de tránsito en un orbe romano cada vez más extenso, según Salvador Bravo.

Cuando Euristeo le impuso a su primo Heracles una serie de trabajos imposibles con los que poner a prueba su existencia, se reservó para el final, como décimo encargo, el robo del numeroso ganado de Gerión. Este no era un reto cualquiera. No solo tuvo que sustraer una cuantiosa cabaña admirablemente vigilada; a ello se le añadió su ubicación: en el extremo occidental del mundo conocido y a un paso de las puertas del Inframundo, con lo que tan difícil como la prueba en sí fue el desplazamiento del héroe hasta un territorio tan extremo. Quizás por ello, en este décimo trabajo son relevantes las acciones que narran su superación y a la vez lo es el tema del mismo viaje. Heracles tuvo que desplazarse desde Micenas, en el corazón del Peloponeso, hasta el estrecho de Gibraltar. Un largo recorrido que realizó siguiendo una navegación de cabotaje. Para ello se sirvió de unas marcas astronómicas que aún hoy aluden al periplo: en un amplio espacio sin estrellas asociado al desierto líbico se extiende hacia poniente la Vía Láctea, donde se distinguían resplandores que recordaban rebaños de vacas. Capella, que forma parte del Auriga, era conocida por los helenos como la Estrella del Pastor, que se vinculaba con la constelación del Can Mayor. En la dirección opuesta al sol luce Sirio, relacionada con un perro y considerada maligna. Más cerca del sol estaba Orión, o el Gigante, donde se llegó a diferenciar tres cuerpos completos unidos por el centro. Pastores, perros, gigantes triformes: toda una sucesión de referencias a personajes que conforman la trama narrativa de uno de los episodios más reconocidos de la mitología: el robo del ganado de Gerión.
El viaje de Heracles desde Micenas hasta el Estrecho tiene tantas lecturas como caras el mito; posee tantas interpretaciones como exégetas: se permutan acciones y etapas con la riqueza de las tramas complejas y los personajes redondos de ficción. A pesar de ello -o gracias a ello-, se ha construido el relato de una travesía que dio forma a la perspectiva griega de ver, conocer y hacer suyo un mundo que hasta entonces era ajeno.
Heracles partió de las costas de Tirinto hacia el sur. Bordeando Creta, arribó a las costas de la Cirenaica y desde allí recorrió la Libia hasta llegar a las proximidades del estrecho de Gibraltar. Era tanto el calor que padeció bordeando la costa africana que el hijo de Zeus llegó a amenazar a Helios con sus flechas. El dios solar, admirado de su atrevimiento, le ofreció embarcarse en la copa en la que cada noche hacía el viaje inverso desde occidente hasta levante. El héroe aceptó la propuesta y navegó hasta Gibraltar en tan peculiar embarcación, lo que se convirtió en motivo inspirador de buen número de cerámicas. Un lugar común desde Apolodoro a Diodoro Sículo es que a su arribada a la Roca, Heracles erigió unas columnas. Este episodio es tan complejo de situar en la cronogénesis de los hechos como polisémico el valor de los archiconocidos pilares. Por ellos se puede entender una referencia a hitos geográficos del canal, como la mole caliza de Calpe y Abila, pero también pueden considerarse como stelai, hitos conmemorativos, como los de bronce de ocho codos de altura que flanqueaban la entrada del Herakleion Gaditano en la isla de Sancti Petri. El episodio de las columnas está igualmente relacionado con la proeza física de la separación de los dos continentes efectuada por Heracles en este mismo viaje y también pudo tener lugar en el de vuelta. En la travesía de ida bien pudo atracar en aguas de la bahía de Algeciras y desde allí, por la vía que ponía en comunicación el Mediterráneo con el Atlántico a través del corredor de La Janda, arribaría a los pies del monte Abas, identificado por muchos con la sierra de San Cristóbal, en cuya base pastaban los toros retintos de Gerión. El primero en dar la alarma fue Ortro, perro que los guardaba, con quien acabó Heracles sin dificultad. A continuación, acudió Euritión, el mayoral de la ganadería, que se enfrentó en una lucha cuerpo a cuerpo con el héroe micénico en la que tuvo todas las de perder. Viéndose sin obstáculos, el hijo de Zeus se dispuso a trasladar de vuelta el ganado, aunque el hurto no tardó en llegar a Gerión. Hizo oídos sordos a los maternales consejos de Calírroe y se enfrentó al héroe en un combate de igual a igual. El gigante occidental arrancó de cuajo un olivo que lanzó sobre el héroe griego. Este le devolvió el golpe con las mismas armas y Gerión pudo detener el envite con sus fuertes y múltiples brazos. Asustado, Heracles huyó con los animales en busca de los frondosos bosques que cubrían -y aún cubren- las elevaciones que separan la bahía de Algeciras de La Janda. Una vez allí oyó y sintió la aproximación del gigante, que hacía temblar la tierra con sus hiperbólicas pisadas.

En este momento es cuando otros exégetas sitúan la telúrica separación de los dos continentes, que se entendería como apocalíptico recurso efectuado por el hijo de Zeus para librarse del gigante que lo perseguía. Gerión no se vio frenado por la estratagema y llegó hasta Heracles volando. Llegado a este extremo, el contrincante utilizó una carta reservada: impregnó la punta de una flecha con el veneno mortal de la Hidra de Lerna y con ella atravesó el triple corazón del gigante, de cuya sangre brotó una planta de lo más usual en estos montes: el madroño. Después de abatir al adversario, Heracles tuvo definitivamente vía libre para iniciar el camino de vuelta en lo que fue una trashumancia en toda regla hasta Micenas. Con la totalidad del ganado discurrió por la costa mediterránea a lo largo de una vía luego conocida como Hercúlea donde se sucedieron fundaciones en su nombre como Adra, Sagunto o Barcelona. La misma vía fue retomada camino de Roma siglos después por Aníbal, que gustaba identificarse con un héroe griego que había adquirido rango de civilizador y adalid de todo un paradigma cultural que ha pervivido hasta la actualidad con la vigencia que solo pueden tener los mitos.
Pompeyo Trogo, historiador romano del siglo I a.C., narró el episodio como una noble lucha entre iguales, manteniendo la dignidad de un Gerión que luchó con Heracles para defender una propiedad que le había sido arrebatada; Dante, en la Divina Comedia, representó al mito autóctono como un gigante pero con rostro de hombre sabio y honesto; Rodrigo Ximénez de Rada, en su Historia Gótica, lo describe con cualidades positivas; fue Alfonso el Sabio quien, en su Historia de España, ofreció por vez primera la lectura de un Gerión tiránico, opresor de los habitantes autóctonos frente a un Hércules libertador, con quien quiso entroncar su linaje castellano. Esta interpretación ha tenido recorrido, un largo recorrido. Con la llegada del Humanismo renacentista, los Reyes Católicos reivindicaron su figura, mientras que su heredero, Carlos I, vio en las columnas y en la leyenda del Non Plus Ultra el emblema de un Imperio más allá del mar entroncado con el héroe griego capaz de traspasar lindes y llevar la civilización a territorios inexplorados. Las columnas se imprimieron en plata americana de Perú, Bolivia y México; las columnas acabaron siendo también pilares que muchos han asociado a la moneda del dólar, la divisa de ultramar con la que se han comprado tantos otros relatos.
También te puede interesar