Urano no está tan frío: nuevos estudios revelan que el planeta emite calor interno

Durante 40 años, el planeta ha sido considerado el gigante helado por excelencia, pero esa imagen que pintó el paso de la Voyager 2 acaba de cambiar de forma radical.

Los astrónomos encuentran el ‘Ojo de Sauron’ en el espacio profundo

Urano, captado por la sonda espacial Voyager 2 en 1986.
Urano, captado por la sonda espacial Voyager 2 en 1986. / NASA
Manuela Núñez

16 de agosto 2025 - 17:59

Durante casi cuatro décadas, Urano ha sido considerado el gigante helado por excelencia, un planeta térmicamente muerto que no irradiaba calor propio. Esa imagen, basada en las mediciones tomadas por la sonda Voyager 2 en 1986, acaba de cambiar de forma significativa.

Dos investigaciones recientes -publicadas en las revistas Monthly Notices of the Royal Astronomical Society y Geophysical Research Letters- demuestran que el séptimo planeta del Sistema Solar emite entre un 12,5% y un 15% más energía de la que recibe del Sol.

Este hallazgo modifica por completo la percepción científica de Urano y añade urgencia a los planes de exploración que la NASA y la comunidad internacional ya venían impulsando.

No se trata solo de un ajuste en la temperatura del planeta: implica reescribir su historia interna, su estructura y su evolución.

De una única medición a un nuevo consenso científico

La idea de que Urano carecía de calor interno se apoyaba en una única observación directa. La sonda Voyager 2 sobrevoló el planeta en enero de 1986 y no detectó ningún exceso de radiación térmica.

A partir de ese único dato, los científicos concluyeron que Urano, a diferencia de Júpiter, Saturno y Neptuno, no conservaba calor residual de su formación.

Urano, captado por la sonda espacial Voyager 2 en 1986.
Urano, captado por la sonda espacial Voyager 2 en 1986. / NASA

Esa visión resultaba difícil de explicar. ¿Cómo podía un planeta de tamaño y composición similares a Neptuno carecer por completo de energía interna?

Se propusieron varias hipótesis: quizá Urano era mucho más antiguo que el resto de los gigantes y se había enfriado completamente; tal vez una colisión descomunal -la misma que provocó su inclinación axial extrema- expulsó la mayor parte de su calor primitivo. Ninguna de estas ideas resultaba plenamente convincente.

Amy Simon, científica planetaria en el Centro Goddard de la NASA, resume el problema con claridad: “Todo dependía de ese único dato. Llevamos casi cuarenta años preguntándonos si realmente Urano no tenía calor interno, o si simplemente lo habíamos medido mal”.

Cómo se ha resuelto el misterio

Para responder a esa pregunta, dos equipos independientes han analizado décadas de observaciones de Urano procedentes de telescopios terrestres y espaciales, incluyendo el Hubble y el Infrared Telescope Facility de la NASA.

Con esa información desarrollaron modelos informáticos avanzados que incorporan todos los factores conocidos de la atmósfera del planeta: composición química, presencia de nubes y brumas, y fuertes variaciones estacionales debidas a su inclinación axial de 98 grados.

La clave era obtener un balance energético completo, midiendo no solo la luz que Urano refleja directamente hacia la Tierra, sino también la que se dispersa lateralmente. “Necesitábamos ver la luz que se pierde hacia los lados, no solo la que viene de frente”, explica Simon.

El resultado ha sido un cálculo mucho más preciso de la energía que Urano absorbe del Sol y la que emite al espacio. Ambos estudios coinciden: el planeta libera entre un 12,5% y un 15% más energía de la que recibe, lo que confirma que conserva calor interno.

Este excedente es mucho menor que el de su vecino Neptuno -que emite más del doble de la energía que absorbe-, pero suficiente para desmontar la idea de que Urano estaba completamente enfriado.

¿Qué significa este calor residual?

El hecho de que Urano conserve energía interna indica que el planeta sigue liberando lentamente parte del calor generado durante su formación hace unos 4.500 millones de años.

Esta energía puede estar atrapada bajo capas profundas que impiden una convección eficiente, o liberarse de forma desigual, modulada por los cambios estacionales extremos del planeta.

Algunos investigadores apuntan a que un gigantesco impacto primitivo pudo haber alterado tanto la estructura interna como la inclinación del eje de rotación, provocando que el calor escape de forma atípica. Comprender este fenómeno no solo es esencial para descifrar la historia de Urano, sino también para afinar los modelos de formación planetaria que se aplican a mundos similares fuera del Sistema Solar.

La mayoría de exoplanetas descubiertos hasta ahora tienen un tamaño comparable al de Urano o Neptuno.

Saber cómo un planeta de estas características conserva o libera calor interno ayuda a interpretar mejor las observaciones de mundos lejanos y, en última instancia, a entender cómo evolucionan los sistemas planetarios.

Un impulso decisivo para la misión a Urano

El descubrimiento añade un poderoso argumento a favor de la misión Uranus Orbiter and Probe (UOP), un proyecto prioritario para la NASA según las recomendaciones de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

La misión contempla enviar una nave orbital equipada con instrumentos de alta precisión y una cápsula atmosférica capaz de descender entre las nubes del planeta para medir presión, temperatura y composición química.

Si recibe luz verde, la misión podría lanzarse a principios de la década de 2030 y tardaría entre 13 y 15 años en llegar a su destino.

Los nuevos datos sugieren que la sonda debería incluir detectores de flujo térmico o sensores infrarrojos más sensibles, para aprovechar al máximo la oportunidad de estudiar el calor interno del planeta mientras es detectable.

Urano, captado en 2006 por el telescopio espacial Hubble.
Urano, captado en 2006 por el telescopio espacial Hubble. / NASA

Además de confirmar el hallazgo, la misión podría analizar cómo varía la emisión de calor a lo largo de las estaciones de Urano, estudiar la dinámica de su atmósfera y obtener imágenes de alta resolución de sus anillos y lunas. “Cada vez está más claro que Urano no es un planeta frío y estático, sino un mundo dinámico con procesos internos activos”, señala Simon.

Implicaciones más allá de Urano

Explorar Urano no solo servirá para comprender mejor este planeta singular, que rota de lado y tiene un campo magnético inusual. También proporcionará información valiosa sobre la evolución térmica de los planetas gigantes, la formación de sistemas planetarios y la dinámica atmosférica.

Los mecanismos que permiten a Urano conservar y liberar calor, aunque sean lentos y discretos, pueden ofrecer pistas sobre cómo funcionan las atmósferas complejas y cómo se distribuye la energía en planetas de distinta composición.

Esta información es relevante incluso para la ciencia terrestre, ya que ayuda a mejorar los modelos de circulación atmosférica y equilibrio energético que se aplican también al estudio del clima de nuestro planeta.

De enigma helado a planeta dinámico

Urano ha pasado de ser considerado un gigante apagado y frío a revelarse como un mundo con un corazón aún cálido. Es un recordatorio de cómo la ciencia avanza gracias a la persistencia y la observación a largo plazo.

Lo que en 1986 parecía una verdad sólida -que el planeta carecía de calor interno- ha resultado ser una conclusión precipitada basada en datos incompletos.

Cada nuevo descubrimiento reescribe un capítulo de la historia del Sistema Solar. En este caso, el planeta azul y anillado nos muestra que, incluso en las regiones más frías y lejanas, los mundos pueden seguir latiendo por dentro.

Y ahora, más que nunca, la exploración directa de Urano se perfila como una prioridad para comprender no solo a este gigante inclinado, sino también la naturaleza de los planetas que pueblan la galaxia.

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