La Calzada de los finales de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo XX
Retazos de Historia
Es el corazón de la ciudad de Tarifa, donde aún hoy día palpitan las vivencias de un viejo, de un milenario pueblo
Una calle, no, una Calzada, un lugar de paseos y encuentros, un espacio de tertulias improvisadas donde nunca faltan el café y sobre todo los pasteles
Tarifa y su fabuloso pasado: un emporio arqueológico de la Edad del Bronce

Tarifa/En un principio, lo que hoy conocemos como Calzada de Sancho IV, era el cauce del arroyo de Tarifa, Matatoros o Angorilla, que discurría por el fondo de la cañada donde se asienta el casco histórico de la milenaria ciudad.
En aquel entonces no existía una sola calzada, sino varias que comprendían el espacio entre el riachuelo y la alineación de viviendas, que como podemos observar aún hoy día, no era uniforme, y que estaban enlozadas con la famosa losa de Tarifa, que constantemente debían ser renovadas por los estragos que en ellas causaban los avatares del tiempo y la climatología que conllevaban riadas devastadoras, entre ellas se encontraban la de San Mateo por su cercanía a la iglesia parroquial o la de Solís, por encontrarse en ella la casa solariega de ese viejo linaje tarifeño.
El arroyo por otra parte era causante de malos olores por sus aguas estancadas y por desembocar en el mismo las madronas de las casas colindantes, tal y como ya se exponían en las Averiguaciones que sobre Tarifa realizó en 1615 el contador Juan de Arellano, y por lo tanto era un foco de enfermedades que suponían un peligro para la población, al igual que, como ya hemos mencionado, sus avenidas como la acaecida en 1702.
La necesidad de su desvío se hizo evidente a lo largo del tiempo, y aunque hubo algunos intentos, la ejecución de las obras se llevó a cabo entre los años 1887 1891. Y en el lugar que ocupaba el arroyo, surgió la bella calle que hoy conocemos con su trazado curvilíneo, recuerdo del paso del riachuelo, que ofrece un panorama capitalino a la ciudad y que es toda una sorpresa para el viajero que se adentra en el casco antiguo al descubrir su anchura, la belleza y altura de sus edificios, como los de tipo modernista caso de la llamada Casa Amarilla, conocida así por los azulejos de su fachada o la que ocupa, y la que ocupa aún en la actualidad el establecimiento de Tejidos Trujillo, que todavía conserva las iniciales del que fuera su propietario, el médico farmacéutico y masón Pablo Gómez Moure, y que se asemejan a los palacetes gaditanos de fines del siglo XIX.
Con la desviación del arroyo, las calzadas quedaron unificadas en una, con el nombre de Sancho IV el Bravo, el monarca que incorporó Tarifa a la corona de Castilla en 1292 y cuya estatua sedente con un soberbio león de acompañante pone fin o comienzo, según se mire, al recorrido por esa céntrica vía urbana. Una obra artística de gran valor monumental que la convierten en una de las imágenes más fotografiadas de la ciudad, con el imponente telón de fondo del impresionante torreón de Guzmán el Bueno, un monumento como otros en el entramado urbano de Tarifa es obra del insigne artista tarifeño Manuel Reiné Jiménez.
Pero volvamos a la Calzada, a ese emblemático espacio del callejero tarifeño, que se culmina ante la espectacular fachada de la iglesia de San Mateo y su bella torre campanario y la plaza de Oviedo hacia el Norte y el notable diseño arquitectónico del Casino y Liceo tarifeño hacia el Sur.
Todos los tarifeños percibimos la Calzada como lo que es, el corazón de Tarifa, pero cada uno, y en razón de su edad, tiene una visión de la misma, y la que hoy se ofrece aquí, es la visión de los que disfrutaron ese espacio urbano en los momentos de su adolescencia y juventud, en aquello maravillosos años de las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado.
Esa Calzada de los sesenta y ochenta era a Calzada de los Seat 127, de los Renault 8 u 12, o de los Simca 1000, que se aparcaban en su lateral y que servían de apoyo a las espaldas, ante, en muchas ocasiones, las miradas de desaprobación de sus propietarios, ya que los bancos casi siempre estaban ocupados, así como incluso los improvisados en los alféizares de algunos comercios.
Era la Calzada de la Autoescuela Luz y del sempiterno Ramón Rico guiando las prácticas de aquellos noveles conductores, que solían esperar su turno tomando un aperitivo o un café en los múltiples bares ubicados en su contorno, como el Bar Central, entonces dedicado, por y para la gente de Tarifa, del Morilla, el viejo bar Los Canarios, con sus famosas tapas que, tras ser realizadas por María, Luís, su propietario, te ofrecía de una forma que aún se nos hace la boca agua. Del bar de Juan Guzmán, con sus ortigas, luego de Pedro con sus boquerones rebozados. Más abajo nombres también sonoros en el copeo y tapeo tarifeño como Medianoche, Moreno, El Faro o El Sevilla, este último conocido como el Gallego, donde el pescado frito a la gaditana colmaba cualquier tipo de apetito y por último el Sótano, con su inconfundible olor a vino de Chiclana añejo. Un sabor compartía con el bar la Sacristía, situado en un callejón cercano a la Calzada. Y aunque no encontraban en la Calzada, sino en sus cercanías no pueden caer en el olvido bares como El Feo, Rico y por supuesto los muy próximos de la calle de la Luz como El Estrecho y El Coto. De ninguno ellos podrán olvidarse nunca ni sus olores, ni por supuesto sus sabores.
Era, también, la Calzada de la Papelería y Librería de Ruffo donde aficionados ávidos de noticias deportivas esperaban el As, el Marca o las Revistas Deportivas de Barcelona con su sorprendente color azulino. Por la mañana había sido el turno de los suscritos al Diario, el Diario de Cádiz, donde se recogían las crónicas de Ramón Sánchez. Era también el lugar donde los escolares compraban los lápices, bolígrafos, tinta china, papel de Guarro o los tebeos del Jabato, del Capitán Trueno o los personajes dibujados por Ibáñez, a la para que ofrecía una variada y rica selección de obras literarias.
Por supuesto, La Calzada era el epicentro comercial de la población, que debía abastecer no sólo a los consumidores locales, sino, igualmente, a las numerosas familias de militares y guardias civiles, y que representado por dos grandes firmas comerciales, Trujillo y Villanueva, que llenaban de luz los atardecer y las noches con sus escaparates y donde al final de la jornada laboral, sus jóvenes empleadas eran esperadas, no sin cierta ansiedad, por sus novios, que como atentos centinelas montaban guardia en los contornos.
Comercios que se convertían en un hormiguero humano se agolpaba en época de rebajas y sobre todo de la festividad de Reyes. Trujillo tenía su extensión en su zapatería, lugar de más de una tertulia cofrade, bajo los auspicios de Antonio Vaca Romero, Nono, mientras que en la vieja y deliciosa Mi tienda chica, se reunían los amantes del balompié y en concreto de uno de los equipos juveniles locales, el Estrella Roja, que forjaron en el Instituto Juan XXIII, una entrañable rivalidad con otra escuadra del centro, el Estudiante.
Era, igualmente, la Calzada de un Estanco, el de Pablo Manso y Amalia, el estanco de la Calzada, que se cargaba de figuras de nacimientos, o como ahora se dice belenes, al acercarse la Navidad y de juguetes que muchos niños y niñas esperaban con expectación en la Noche mágica de Reyes.
La Calzada de las farmacias Central o Checa, donde Juan L. Valencia, Vicente Sáenz, Manuel Fernández Guardia o un joven Eulogio, no sólo nos atendían, sino también nos aconsejaban. Sobre la farmacia de Checa se ubicaba la consulta del afamado doctor Cobos, a la que acudían pacientes de todo el Campo de Gibraltar.
Por supuesto era y es la Calzada de los embriagadores y sugestivos aromas procedentes de la pastelería Bernal, que nos transportaban directos hacia los tranvías, los tocinos de cielo con nata o las cajillas de endulzados ensueños. Fragancias a gloria pura que una década antes, bajaban de la calle de la Luz, de pastelería de Julio Grosso y que ahora bajan de la otra gran pastelería local, La Tarifeña.
La Calzada de un desaparecido Cine de verano con su espléndida fachada modernista, de una saga de magníficos fotógrafos, la familia Naranjo, del taller y tienda de Chan Serrano Puyol, que se ubicaba en antiguo hospital u hospitalito de Juan Ximénez Serrano, edificio que conserva, aún, su gran puerta adintelada y los bellos estípites barrocos de sus laterales y donde descubrí, por aquella época, la maravilla de su esplendorosa capilla de la que un día hablaremos. Y justo enfrente del hospitalito, el hospital por antonomasia, un hospital y a la vez un asilo, de la Caridad y de San José eran sus nombres y un colegio, el de la Inmaculada, donde muchos aprendieron a leer y a escribir sus primeras letras y en cuya capilla se vivieron momentos inolvidables en sus vidas.
Por supuesto la calzada era el centro financiero de Tarifa, simbolizado por la presencia de la entonces Caja de Ahorros de Cádiz, y sus largas filas de jubilados en busca del cobro de la ansiada “paga” mensual y de aquellos recibían las ayudas por encontrarse en paro. Ese papel de centro bancario se veía reforzado por la presencia muy cercana de otra gran entidad, Banesto, ubicada en la calle de la Luz.
Es igualmente el momento, que en aquella época de cambios, era el periodo de la Transición Democrática, cuando se abrieron nuevos locales de esparcimiento, y así en las callejuelas que se abrían como afluentes a la Calzada se abrieron sendos pubs, el primero fue el Johnpub y el segundo, que llevaba el adecuado nombre de Baco, se situó en el local que había ocupado Mi tienda chica, aunque todos los conocían por el nombre de su propietario, el pub de Joaquín.
Cambios, pero también mantenimiento de tradiciones, de forma que ningún acontecimiento de importancia se celebraba fuera de la Calzada, carrera oficial en Semana Santa, hervidero humano durante el Mariano mes de septiembre en honor de la patrona, de Cabalgata de Reyes de celebraciones lúdicas como el Carnaval.
Una Calzada que se engalanaba y engalana, como hemos dichos, cuando llega septiembre, el mes más importante del año en Tarifa, para recibir a la Señora de Tarifa, a la Santísima Virgen de la Luz, que durante su estancia puede ser observada desde la misma calle, al estar las puertas abiertas del templo de San Mateo, y cuya imagen se sitúa bajo el doselete neogótico que culmina el retablo de la iglesia mayor.
Calzada de aquellos paseos, consumiendo de aquellos paquetes de pipas de los quioscos, de cualquiera de ellos, hasta seis llegaron a existir, entre la Puerta de la Mar y la iglesia parroquial, cartuchos de pipas consumidos en un “pispas”, que dejaban aquel gusto a salado en la boca y que los domingos al mediodía se convertía en el gusto a mar por aquellos burugatos, lapas, erizos y cangrejillos de nuestros pecados, que sabían a Caleta pura.
Calzada de nuestras esperas, lugar de citas y encuentro con las amigas y los amigos de las pandillas que se dirigían a la Discoteca Mediterráneo, la Discoteca de Juan Guzmán. Recuerdos y vivencia, de una mirada hacia atrás, donde se siente la nostalgia propia de los mejores años de la vida, La Calzada de los setenta y ochenta, La Calzada de aquella cada vez más lejana adolescencia y juventud ...
También te puede interesar
Lo último
El parqué
Finanzas y defensa lideran

En tránsito
Eduardo Jordá
Lluvia

La ciudad y los días
Carlos Colón
Sánchez y la mamá de Shirley Temple

La colmena
Magdalena Trillo
¿Adiós a l verde?
Contenido ofrecido por Agua y Residuos del Campo de Gibraltar
Entrevista a Manuel Abellán San Román, Consejero Delegado de ARCGISA