Historias de Tarifa

El castillo de Guzmán el Bueno o de Tarifa

La caleta y el castillo, a comienzos del siglo XX. Se observa lo escarpado del promontorio y el mar llegando a los pies de la roca

La caleta y el castillo, a comienzos del siglo XX. Se observa lo escarpado del promontorio y el mar llegando a los pies de la roca

Para enfrentarse a sus enemigos fatimíes, que dominaban todo el norte de África, los florecientes omeyas cordobeses reforzaron su sistema defensivo levantando fortalezas. Entre ellas el Castillo de Tarifa, estratégicamente situado en lo más angosto del Estrecho de Gibraltar.

No son tantos los castillos que pueden documentar la fecha precisa de su construcción. Este sí tiene ese privilegio. Fue en abril del año 960, tal como certifica la inscripción en pulcra losa rectangular de mármol blanco colocada sobre el arco de su puerta principal. Es probable que esta ubicación de la famosa lápida fundacional no sea exactamente la original; o sí. La incertidumbre resulta de que presenta un par de fracturas, que bien mirado también se pueden achacar a otros motivos distintos al de haber sido mudada de lugar.

Según los que más saben de esto, la valiosísima inscripción grabada en elegante caligrafía cúfica (escritura en árabe antiguo) reza así: “En nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso, la alabanza a Dios, Señor de los mundos, y bendiga Dios a Muhammad, Sello de los Profetas. Ordenó el Siervo de Dios ‘Abd al-Rahman Príncipe de los Creyentes, prolongue Dios su permanencia, la construcción de esta torre y se terminó con la ayuda de Dios en el mes de safar del año trescientos cuarenta y nueve [abril de 960], bajo la dirección del visir ‘Abd al-Rahman ibn Ya’là, su cliente”.

Y ahí quedó, in saecula saeculorum, para que todos supieran del poder y la gloria del gran Abderramán III (891-961), último emir independiente y el primero de los califas de Córdoba, que no olvida honrar a quien dirigió la construcción. El poderoso gobernante andalusí murió solo un año después de acabadas las obras. Más de mil años ya de aquello y aquí sigue imponente este alcázar, desafiando al tiempo.

Está situado en un pronunciado promontorio que domina ampliamente sus alrededores y brinda una buena defensa, como cualquier castillo que se precie. Se asienta sobre el terreno rocoso existente entre el mar y la vaguada por donde discurría intramuros el arroyo Angorrilla o de Tarifa, hoy calle de Sancho IV el Bravo.

En virtud de este particular relieve, su planta se dispone en forma de trapecio que se va estrechando hacia la zona occidental. La relativa falta de espacio obliga a que las torres de flanqueo hayan de tener poco saliente. Estos condicionantes le confieren unas características propias, siendo considerado como prototipo de castillo califal, con inspiración en la previa arquitectura militar bizantina.

Construcción y modificaciones posteriores

Se construyó con piedras bien trabajadas (sillares) colocadas a soga y tizón, alternando un bloque en horizontal por su lado largo (soga) por cada dos o tres anchos en vertical (tizón). Todo ese material fue extraído de la antiquísima cantera de calcarenita o piedra ostionera existente en la isla de Tarifa o de Las Palomas. Consiste en una roca porosa de origen sedimentario marino compuesta de piedras erosionadas y de conchas (el ostión es una especie de ostra).

El núcleo central de la fortificación se levantó en el siglo X, aunque luego se le practicaron importantes y continuas reformas de mejora y ampliación en un permanente proceso de acomodo a las ulteriores necesidades militares de sus ocupantes.

El acceso principal al castillo está orientado a poniente, cuyo sistema de ingreso es el de doble entrada, lo que le confiere una gran capacidad de defensa en caso de intrusión hostil. Tiene una primera puerta dispuesta a modo de recodo, que es un pasillo con bóveda de cañón y buhera o abertura superior. Ya en el interior del recinto amurallado se encuentra la puerta principal, llamada de la Inscripción o de la Lápida Fundacional. Esta es de ingreso directo y está flanqueada por dos torres. Además, había otra puerta dando a levante, esto es, a la Almedina o sector de poblamiento civil.

Durante el dominio almohade, entre mediados de los siglos XII y XIII, se levantó en el extremo occidental la torre albarrana de planta octogonal llamada luego de Guzmán el Bueno. Esta torre exenta se comunica con el castillo mediante una coracha o lienzo de muralla con su elevado pasillo protegido.

En sus altas almenas sitúan los cronistas a Alonso Pérez de Guzmán lanzando su puñal para que mataran a su propio hijo, negándose a entregar la valiosa plaza fuerte ganada solo dos años antes. Memorable episodio que tuvo lugar en 1294, durante el asedio de los benimerines en alianza con los cristianos comandados por el rebelde infante don Juan, hermano de Sancho IV. El honor por encima de todo y de todos, venía a decir el bueno de Guzmán. ¡Tiempos aquellos! Sin olvidar que los detalles que adornan esta leyenda se mueven en el ámbito del relato cronístico, y las crónicas, crónicas son.

La fortaleza también fue modificada en época cristiana, mejorando su habitabilidad y la adaptación para una defensa más efectiva. Se dotó de mayor altura a los muros, añadiendo las almenas o merlones de punta de diamante. Fue edificada la imponente torre del Homenaje. Y se levantó un recinto exterior o barbacana de mampostería para reforzar su protección, dejando un pasillo entre la doble muralla. El foso situado al norte fue conocido como el Callejón del castillo, y se mantuvo como vía transitable hasta comienzos del presente siglo.

Por la parte de la marina se construyó un muro desde la torre de Guzmán el Bueno hasta la puerta principal del castillo. Y en esta nueva coracha se abrió en el siglo XIV la puerta del Mar, de estilo gótico-mudéjar, que aún sigue en pie.

La planta del castillo alcanza una superficie de unos dos mil metros cuadrados, con muros de dos metros de grosor y unos diez de altura, coronados con merlones terminados en punta. Existen dos patios, siendo el oriental más grande que el occidental. En el primero se localiza un pozo y construcciones diversas de los siglos XVI al XVIII; y en el segundo instaló el primer marqués de Tarifa su residencia palaciega en el siglo XVI.

El complejo amurallado fue objeto de obras de adecuación a los menesteres de cada momento, lo que requería una continua labor de mantenimiento y modernización de sus instalaciones. Con este objetivo, se enviaron a Tarifa ingenieros y otros expertos militares, de cuyos trabajos queda constancia por sus informes, planos y dibujos. Entre ellos destaca el escultor Andrés de Castillejos, que trabajó aquí a principios del siglo XVII, realizando un excelente y detallado plano del castillo y de la cerca urbana, fechado en 1611.

Revalorizado tras la pérdida de Gibraltar

El milenario alcázar ha estado siempre ocupado con las finalidades militares que le son propias, prestando un valioso servicio a la Corona en la lucha contra la piratería berberisca o las amenazas de la flota inglesa. Sin embargo, en el siglo XVII su actividad e importancia vinieron a menos, con una guarnición escasa y mal dotada, hasta el punto de que en los primeros años del XVIII contaba “con una compañía de soldados casi desnudos y mal pagados”.

Pero tan penosa situación dio un vuelco al declararse la guerra por la sucesión a la corona de España en 1701, tras la proclamación del rey Felipe V de Borbón. Nuestro castillo se revalorizó como vigía del Estrecho, dando cumplida cuenta de los movimientos de la potente armada angloholandesa.

Su papel fue realmente importante a partir de la pérdida de Gibraltar en 1704 y los posteriores intentos españoles por recuperar esa plaza. Tarifa fue dotada de una mayor guarnición permanente, dándose además un continuo ir y venir de fuerzas militares, lo que implicaba ciertas inconveniencias para la población civil.

El castillo pasó a depender del Ministerio de la Guerra a partir de 1784, dejando de ostentar la alcaidía los descendientes de Alonso Pérez de Guzmán. En realidad, los Guzmanes habían delegado en un teniente de alcaide el desempeño efectivo de la alcaidía.

Y así, haciéndose a fuego lento, llegó nuestro glorioso protagonista al siglo XX, siendo visitado por el rey Alfonso XIII en marzo de 1909. Y en 1931 fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional, aunque siguió destinado a cuartel.

En 1967, las autoridades militares se prestaron a trasladar la tropa a la Isla de las Palomas, dejando libre el castillo para finalidades turístico-culturales. Fueron presentadas varias iniciativas para darle uso, una de las cuales fue la de convertirlo en Parador Nacional de Turismo. Pero por un motivo o por otro, nada resultó entonces factible.

El último contingente acuartelado en el castillo fue el Regimiento de Infantería Álava 22, que lo desalojó a finales de 1985. El Ministerio de Defensa lo cedió definitivamente al Ayuntamiento en 1989, cerrando su venta al Ayuntamiento por un precio simbólico en enero de 1990.

Justo en la Nochevieja de 1989 ocurrió el desplome de la barbacana sur, siendo recompuesta de urgencia con muro de hormigón. Así quedaba bien reforzada, aunque algo en discordancia con el vetusto porte del histórico monumento.

Campaña de excavaciones y puesta en valor

En 1994 dio comienzo una serie de intervenciones arqueológicas dentro de un proyecto de consolidación y restauración del castillo. En la campaña 1994-96 intervino el arqueólogo Alejandro Pérez-Malumbres, con fructíferos trabajos que aportaron importantes hallazgos. Entre otros, la localización de la puerta original que daba al este, a la Almedina; o el de una capilla que aprovechaba el muro de la coracha junto a la puerta del Mar.

Al finalizar esta intervención arqueológica se procedió a la reapertura del castillo, ya en 1996, haciéndose visitable para el público en general.

Pero la indagación en sus instalaciones continuó por parte de otros investigadores y en distintas etapas. En los años 2006 y 2007 fue Juan J. Álvarez Quintana quien llevó a cabo excavaciones en el patio oriental, el más grande, también con interesantes descubrimientos, como el de un aljibe.

Desde 2004 también se implicó el equipo formado por el arquitecto Pedro Gurriarán Daza y otros buenos especialistas, que trabajaron en varias fases con un exhaustivo programa de restauración. Sus intervenciones durante varios años han ofrecido un excelente resultado, mejorando y consolidando la estructura de la fortaleza, al tiempo que han propiciado su puesta en valor como bien patrimonial.

Tras la última intervención, finalizada en 2015, el castillo se reabrió al público contando con un Centro de Interpretación. Mediante paneles y vídeos, se explica su importancia histórica, su evolución y sus distintas funciones a lo largo de los siglos.

Varias de sus salas y galerías se han musealizado, conteniendo algunas piezas del antiguo museo municipal y otros objetos relativos a la historia de la fortaleza y de la población. Además, sus renovadas estancias se destinan a menudo para albergar exposiciones de arte en general: de pintura, de fotografía, etc.

Asimismo, el amplio recinto viene sirviendo de privilegiado escenario para actividades colectivas variadas que se celebran habitualmente durante el año: recepción de los Reyes Magos, escenificaciones teatrales, recreaciones históricas, y otras.

Haberlo mantenido en uso de manera ininterrumpida a lo largo de los siglos ha sido determinante para que el castillo de Guzmán el Bueno sea uno de los mejor conservados de España. Así lo acredita la Red Nacional de Castillos y Palacios de España, organismo en el que está integrado.

Es el monumento tarifeño de mayor atracción para los turistas que llegan a la ciudad, que lo pueden recorrer en didácticas visitas guiadas. Son más de 54.000 las personas que lo visitaron en 2023. Y aumentando, como debe ser.

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