Tribuna

Alberto Pérez de Vargas

La Comisión Europea nos da la regla y el compás

La Comisión Europea autoriza la apertura de negociaciones en unos términos que dejan la baraja en manos de la diplomacia española, como tenía que ser

Gibraltar, desde la playa de Poniente de La Línea de la Concepción.

Gibraltar, desde la playa de Poniente de La Línea de la Concepción. / Erasmo Fenoy (La Línea)

Cuando me puse a estudiar, nada más amanecer el nuevo año 2021, el acuerdo del 31 de diciembre del anterior, tuve la impresión de que se trataba de echar balones fuera. Esa sensación no ha sido corregida por el tiempo transcurrido, ni por las numerosas declaraciones y artículos publicados sobre el particular. A mi juicio, de lo que se trataba era de no complicar el acoplamiento de los efectos del Brexit a la realidad anacrónica de Gibraltar. Nada hay más problemático para los gobiernos de los estados que un maremoto social. La lógica de los acontecimientos apuntaba a una cosa así, lo que era de prever si la Verja se cerraba a cal y canto, aun siendo la natural derivación del empeño separatista del Reino Unido respecto a Europa.

La incompetencia de la ministra González Laya quedaba de manifiesto en la culminación del proceso. El confuso acuerdo sobre Gibraltar del fin de año apuntaba a la intervención de funcionarios, diplomáticos de carrera, muy rodados en las lides, que ayudándose de la tensión que también sufrían los administradores de la colonia, lograron un aparcamiento del problema con vistas al ya vendrán tiempos mejores. Pero si hubiera alguna duda sobre las limitaciones de la exministra no hay más que pensar en cómo ha dejado las relaciones con Marruecos o recordar el paseo por Barajas de su compañero Ábalos con la venezolana señora Delcy Rodríguez y sus maletas. El sentido común aconseja celebrar la salida de estos dos momios de los que Dios nos guarde en el futuro.

"Los mandarines de la quinta columna y los mercenarios al norte de la Verja ya no hacen falta"

Esa realidad anacrónica a la que me he referido y la internacionalización del asunto han cambiado notablemente la situación. Gibraltar está ahora más en manos de España de lo que estuvo nunca. Los mandarines de la quinta columna y los mercenarios al norte de la Verja ya no hacen falta. Es más, han contribuido a que algunos reaccionáramos, no sólo haciendo notorio su rol, sino también mostrando la inutilidad a la larga de su trabajo. Fabian Picardo hizo hace poco el ridículo en el madrileño Club Siglo XXI y empieza a adquirir un tipo histriónico más de carnaval que de otra cosa. Nada pueden hacer ya por él esos plumillas y enseñantes que viven envueltos en la tinta del calamar. Una tinta que va diluyéndose.

Ya vaticiné en su momento que eso de que la Verja iba a ser derribada en breve no era más que un brote eufórico semejante al de la apertura de 1983, que devolvió las viejas dependencias a los linenses y sentó las bases para contribuir a hacer de su ciudad una referencia del paro y de más cosas. Al PSOE le fue bien, ganaron por goleada, 22 concejales de 25 posibles; y vuelta a empezar. Seguramente ignoraban que esa apertura no era fruto sino de la presión del primo americano y de la amenaza del Reino Unido de vetar el progreso de España en las organizaciones europeas y del Atlántico Norte en un momento crucial para nuestro futuro inmediato. Conviene leer con atención lo que dice el primer actor, el ministro Fernando Morán (España en su sitio, Cambio16, 1990), de aquella apertura gratis et amore, de cuyos polvos son estos lodos que sufre el pueblo linense.

"Los diplomáticos españoles que negociaron el acuerdo de Nochevieja son ahora los que mandan en Exteriores. [...] Lo que hicieron estuvo bien porque había que poner el asunto en espera activa"

Los diplomáticos españoles que negociaron el acuerdo de Nochevieja son ahora los que mandan en Exteriores. Lo que hicieron estuvo bien porque, sin directrices políticas a las que atenerse, había que poner el asunto en espera activa. Ellos saben, como cualquiera que se detenga a pensar con racionalidad e inteligencia, que el acuerdo era un producto de urgencia afectado por la gravedad que supondría no disponer de un documento al que referirse. Se cumplía una máxima que se repite con frecuencia en los conflictos judiciales: es mejor un mal acuerdo que un buen pleito. Ahora ya hay que poner letra a la nana. Y la letra llega en modo de recomendación de la Comisión Europea, autorizando la apertura de negociaciones en unos términos que dejan la baraja en manos de la diplomacia española, como tenía que ser, y señalan la necesidad de equilibrar la fiscalidad de la zona.

Es el momento de que callen en La Línea y en San Roque, donde la ciudad en la que reside Gibraltar disfruta de un Ayuntamiento constituido en sucursal externa de Convent Place. En el feliz supuesto de que en las complejas negociaciones que llegan la diplomacia española esté en condiciones de razonar y de valorar el alcance de sus decisiones, el anacronismo colonial jugarían a favor de los intereses de España. La Comisión Europea ha dado a los españoles la regla, la escuadra y cartabón.

"Gibraltar no puede mantener sus privilegios convirtiéndose en una ciudad homologable a las de su entorno geopolítico ni pertenecer a una Europa a la que la potencia colonial no quiere pertenecer"

Claro que en Gibraltar no gusta nada el cariz de esas recomendaciones. Les va en ello su propia supervivencia. Gibraltar no podría mantener sus privilegios convirtiéndose en una ciudad homologable a las de su entorno geopolítico ni pertenecer a una Europa a la que la potencia colonial no quiere pertenecer. Se da la paradoja de que, para ser Gibraltar, ha de dejar de serlo. Una situación que me remite al teorema de incompletitud de Gödel: No puede probarse que un sistema axiomático que se derive de la aritmética sea consistente, dentro de la lógica del propio sistema. En román paladino: lo que no puede ser es imposible.

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