El hundimiento del PSOE en las elecciones andaluzas no puede limitarse a una simple lectura regional, por más que las extrapolaciones de resultados de unos comicios a otros deban realizarse con gran cautela. El 19 de junio compitió la candidatura de Juan Espadas contra la de Juanma Moreno. Pero la campaña socialista gravitó sobre la defensa de las políticas de Pedro Sánchez en ayuda de la comunidad durante la pandemia. La estrategia incluía la presencia continuada de ministros para reforzar ese postulado. A la vista de la votación, ni el mensaje ni los mensajeros consiguieron convencer a los electores. El PSOE andaluz se encuentra ante una encrucijada. Con un cambio de líder hace siete meses para relanzar la marca y unas listas renovadas para romper con el pasado, el partido se ha dejado 127.000 votos frente a los comicios de 2018. Ha demostrado que carece de proyecto. Y aunque se haya manoseado la abstención, lo cierto es que a las urnas el pasado domingo acudieron 10.000 personas más que en la última convocatoria. Pero sería un error no levantar la mirada. La inflación y su impacto en los precios, el recibo de la luz, el disparatado precio que supone llenar de combustible un vehículo son suficientes ejemplos para que el desgaste del Ejecutivo central se traslade como correa de transmisión al partido que lo representa en Andalucía. De hecho, Sánchez ha decidido aprobar en un Consejo de Ministros extraordinario el sábado un nuevo paquete de medidas para tratar de reconducir el pésimo escenario. Pero serían miopes los socialistas si consideran que pueden darle la vuelta a la situación con sólo inyectar más dinero de las arcas públicas para ayudas. En el hastío que evidencia buena parte del electorado, que ha perdido la confianza en esas siglas, figura el estilo de hacer política, los pactos con fuerzas indeseadas y la credibilidad del propio líder. El PSOE andaluz tiene un grave problema; el nacional, más.