Un recuerdo imborrable para quienes éramos niños en los años sesenta es el día que nos sacaron de la escuela para hacer cola frente a un grupo de sanitarios que nos hicieron ingerir un terrón de azúcar al que añadían varias gotas de un líquido. Entonces no sabíamos que estábamos participando en la primera campaña de vacunación sistémica contra la poliomielitis que se realizaba en España. Una enfermedad vírica muy contagiosa que afectaba a la humanidad desde tiempos inmemoriales y que en el siglo XX se convirtió en una epidemia que se extendió por Europa y América. El virus se transmite de persona a persona, invade el sistema nervioso y puede causar parálisis en cuestión de horas. Afecta sobre todo a menores de cinco años y no existe ninguna cura. Uno de cada 200 infectados sufre una parálisis irreversible (generalmente de las piernas) y entre el 5 y el 10% fallece por parálisis de los músculos respiratorios. La posibilidad de ver a sus hijos obligados a llevar aparatos ortopédicos en las piernas (por la atrofia muscular) o, peor aún, a estar confinados de por vida en un pulmón de acero (por la parálisis del diafragma), aterró a millares de familias hasta que Jonas Salk decidió dedicarse en cuerpo y alma a la investigación para el desarrollo de una vacuna. Tras siete años de trabajo, en 1953 anunció la elaboración de una solución inyectable basada en tres tipos de virus cultivados en tejido de mono e inactivados posteriormente en formol. Los primeros en probar la vacuna fueron un grupo de voluntarios entre los que figuraban el mismo Salk, su mujer y sus tres hijos. Todos generaron anticuerpos contra el virus y ninguno enfermó. Salk inició entonces el mayor ensayo clínico de campo jamás realizado al involucrar a dos millones de niños. Los resultados probaron que la vacuna era efectiva y segura, comenzando enseguida la vacunación masiva de la población infantil. Tan solo dos años después, otro virólogo, Albert Sabin, desarrolló una vacuna más eficaz elaborada con virus vivos atenuados que se administraba en forma de jarabe por vía oral (también hizo las primeras pruebas con su familia, sus colaboradores y los presos de una cárcel cercana) que terminó por desplazar a la vacuna inyectable. Gracias a estas vacunas la polio ha sido casi erradicada del mundo. Con la reciente pandemia del Covid-19, han regresado las sensaciones de inquietud y zozobra que provocaba la poliomielitis y, a la vez, la esperanza de una vacuna que nos libere de este extraño virus llegado de China. Contrasta, sin embargo, el multimillonario negocio especulativo que están haciendo las farmacéuticas actuales a costa de enfermedad, con la filantrópica actitud de Salk y Sabin. Ambos rechazaron patentar sus descubrimientos y pusieron la vacuna a disposición de todo el mundo. En España la eliminación de la polio costó 25 años por la mala gestión de las vacunas. Al no llegar a tiempo provocó que muchos niños quedaran cojos o con graves problemas de movilidad. Ojalá no ocurra igual con las del Covid-19.

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