Hace unos días conocí una noticia que me impactó: en Barcelona, dos tipos le habían robado a un tercero un reloj de pulsera valorado en ¡500.000 euros! ¡Madre mía! La primera cosa que me inquietó fue, si el individuo en cuestión se había gastado medio millón en un artefacto para mirar la hora, ¿qué zapatos llevaba para algo mucho más trascendental como es andar? ¿O, con qué calzoncillos se protegía sus –seguramente meritorias, a ciencia cierta veneradas– partes íntimas? Y, acto seguido, como hipotecada de por vida, pensé que en la muñeca llevaba el valor de unas cuatro casas. Pero, ¿qué digo?, yo, mujer del primer mundo, obnubilada por una vivienda en propiedad, necesité unos cuantos minutos más para saber que, en realidad, lo que llevaba entre el cúbito y el radio eran más de 25 pozos de los que Mr. Beast está construyendo en países como Camerún, Kenia, Somalia, Uganda, Zimbabwe… para abastecer de agua potable a un buen número de poblaciones. Ya saben, la típica imagen de los niños y las niñas recorriendo a pie kilómetros y kilómetros tirando de una garrafa. Y, ¡fíjate! Que quizá esas criaturas, igual podrían, en ese caso, ir a la escuela. Escuelas que, si tenemos en cuenta los costes de una construcción endeble y los más endebles salarios del profesorado, tal vez con el peluco del individuo asaltado, daba para montar varias y asegurar su funcionamiento por un tiempo aceptable… Y no digamos ya, si en el lugar se instalara un pequeño centro de salud, con un par de médicas y enfermeras y que pudieran atender a la gente y tratar de ayudarles con las enfermedades…

¡Uf! Y no hay que irse lejos, quizá aquí podríamos sacarle algún rendimiento al artilugio, pero, lo que es seguro, es que su propietario desconocía todas estas virtudes, porque, si no ¿para qué lo quería cuando, ya en el móvil –¡y a saber qué móvil tiene!–, puedes ver la hora, los minutos y los segundos? Imagino sus declaraciones mientras interponía la denuncia: Tiene calendario perpetuo, es irrompible y sumergible. Hasta podría meter la mano en agua hirviendo, que al reloj no le pasaría nada…

Después te enteras que hay una marca dedicada a la fabricación de unos prototipos exclusivos que aúnan la exactitud y precisión suizas con la tecnología de la NASA, que uno de sus relojes llega a costar casi un millón de euros y que realizan trabajos especiales para líderes del deporte, como nuestro admirado Nadal. ¡Vamos, Rafa! Y entonces es cuando te acuerdas de que te pasaste la adolescencia controlando la hora a través de los relojes de los establecimientos de calle Larios, el de la plaza de la Constitución y el de la catedral para no llegar tarde al instituto y, en ese momento, tu vida te reconforta.

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