La soledad

La soledad tiene dos caras: una amable y otra odiosa, y la moneda es la compañía que ofrecemos a otros

Se canta lo que se pierde; así que esta tarde de domingo en que mi casa está superpoblada y nadie calla y me levantan a cada instante del ordenador para que ayude en esto o vea lo otro, dedicaré mi artículo a la soledad. Pocas entradas del diario de Jules Renard son mejores que ésta, tan agridulcemente conyugal: "¡Al fin solo (sin s)!".

Lo de la soledad es ambivalente hasta la contradicción. Está la soledad buscada y está la soledad odiada. Y hay una ambigua tierra de nadie que sirvió para que Ortega y Gasset cincelase su definición espléndida de "pelmazo" como "aquel que quita la soledad, pero no da la compañía". En su Manual de Escapología, Antonio Pau lamenta que en español no diferenciemos con dos palabras la soledad de la que se huye ('loneliness', en inglés y 'Alleinsein', en alemán) de aquella que se desea ('solitude', en inglés y 'Einsamkeit', en alemán). Y le entristece que todas las lenguas modernas hayan perdido la distinción que existió en sánscrito entre la compañía que nos espanta ('dutsang') y la que buscamos ('satsang'). Quizá por patriotismo, me parece una sutileza mayor no hacer diferenciaciones tan marcadas y silabeadas. ¿O acaso no es verdad que la soledad buscada, una vez conseguida, puede hacérsenos horrible o que la compañía anhelada termina añorando, a veces, al rato, la soledad de la que huimos en mala hora? Ahora me quejo porque no me dejan escribir el artículo, pero, si mi casa estuviese en un silencio sepulcral, otro gallo (mudo) cantaría.

Me entero por Gregorio Luri que, cuando el Banco Mundial preguntó a 20.000 pobres cuál era su principal problema, la respuesta mayoritaria fue la soledad. Sorprendente, pero se entiende. Quevedo ya había anotado que la pobreza espanta, con su fiereza, a los amigos. También nos insta a la acción: a menudo lo mejor que podemos hacer por lo demás es sacrificar nuestra amada soledad y dar una limosna de compañía, disfrazada -eso sí- de un vehemente y halagador interés por el prójimo.

Si este alegato virtuoso no es suficiente para convencerme de que debo mejorar el humor (aunque empeore el artículo), haré una simulación temporal. Me advierto que mañana por la mañana (hoy, cuando está usted leyendo) yo estaré lamentando el silencio oscuro de mi casa y recitándome el verso precioso de amor de Leopoldo Panero: "Juntos los dos en mi memoria sola". Para disfrutar el momento nada mejor que vivir a trastiempo.

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