la esquina

José Aguilar

El sitio de Rosa

EN la elaboración de las listas electorales se evidencia con toda su crudeza el viejo aserto de que el máximo grado de enemistad entre humanos se produce entre compañeros de partido. Sobre todo cuando son muchos los llamados por la vocación a ser diputados y serán pocos los elegidos por los ciudadanos en su momento.

Es lo que está ocurriendo en el PSOE andaluz, realmente amohinado por la escasez de la harina del poder y consciente de que la derrota que aguarda el 20-N significa una mengua de las expectativas electorales. Es fundamental, pues, lograr las cabeceras de cartel y los puestos inmediatamente posteriores, so pena de quedarse fuera del Congreso y del Senado y pasar los cuatro años venideros a la intemperie después de tantos otros al abrigo.

Los codazos, maniobras e intoxicaciones menudean conforme se acerca la semana próxima, cuando las asambleas han de entregar sus propuestas de listas a las ejecutivas regional y federal tras haber asumido previamente las indicaciones de ambos órganos y del candidato Rubalcaba sobre los nombres que se consideran intocables. Este último es el caso de los números uno por Cádiz, Sevilla y Huelva, Manuel Chaves, Alfonso Guerra y Javier Barrero, respectivamente, que integran plenamente la cuota de viejas glorias del socialismo a las que no se quiere jubilar aunque hayan cumplido de sobra o estén a punto de cumplir los requisitos exigidos a los demás trabajadores españoles para dejar el tajo. También se encuentra entre los innegociables Trinidad Jiménez, ministra de Exteriores, que irá por Málaga.

El problema más delicado se ha planteado con otra mujer, también ministra. A Rosa Aguilar la quieren de diputada tanto Rubalcaba como Griñán. El primero valora su alta puntuación en las encuestas, y el segundo fue precisamente quien le puso la pasarela de lujo para que dejara la alcaldía de Córdoba nombrándola consejera de la Junta. Los que no la quieren son numerosos socialistas, aunque casi ninguno lo expresa de manera tan abrupta, contundente y pública como Carmen Calvo.

Y no sólo porque no olvidan su amplio pasado en IU, su lucha contra los GAL y su trayectoria antisocialista en la época de las dos orillas. La oposición obedece sobre todo a un mecanismo psicológico-político que es todo un clásico: la desconfianza hacia los conversos. Se trata de un malestar que prende con facilidad, hasta transformarse en cabreo e indignación, entre militantes y dirigentes de toda la vida que han de dejar sitio a alguien que entra directamente a la cúpula de la Administración socialista -consejera y ministra en dos años- sin superar ninguna etapa de meritoriaje. Qué digo: sin tener ni siquiera el carné del partido. Y donde menos la aceptan es en Córdoba. Precisamente donde su candidatura tiene más sentido.

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