ad hoc

Manuel S. Ledesma

De sangre azul...oscura

ORIGINARIAMENTE, la expresión "de sangre azul" reflejaba una característica física propia de las personas de noble cuna: el aspecto azulado de las venas que dejaba traslucir su palidísima piel (entre los aristócratas tomar el sol, y no digamos ya trabajar, era algo zafio y de mal gusto), en contraste con el tono oscuro de la piel curtida, por toda suerte de inclemencias meteorológicas, de campesinos y artesanos. La frase hizo fortuna y a pesar de que la nobleza de hoy (sin haber perdido su tradicional costumbre de no dar ni golpe) no le hace ascos a broncearse desparramados por las cubiertas de sus lujosos yates, tener "sangre azul" sigue siendo un privilegio de príncipes y reyes y desde la temprana edad en que nos leen La Cenicienta, nosotros los plebeyos, aspiramos a emparentarnos con ellos a través del enamoramiento con un príncipe o princesa que nos dote del abolengo necesario para gozar de las maravillas de la vida palaciega. La cruda realidad es que son muy pocos los vasallos que alcanzan a participar del exclusivo status de la realeza y, en todo caso, su peripecia suele carecer del glamour de las historias de ficción (la infanta Elena, por ejemplo, está muy lejos de tener el encanto de la princesa Ana -Audrey Hepburn- de Vacaciones en Roma y a su partenaire, Marichalar, es muy difícil confundirlo con Gregory Peck).

En cierto sentido, se puede decir que contraer esponsales con algún miembro de la casa real (hecho vulgarmente denominado como dar un braguetazo) equivale a acertar una primitiva. El agraciado (o agraciada) se garantiza un futuro de lujo y opulencia para sí, su descendencia e incluso… sus familiares. Sería de lo más lógico pensar que estos afortunados personajes que consiguen el chollo de ganarse un sitio en el posado anual de la familia real, se ocupasen exclusivamente de disfrutar de los infinitos privilegios que su cohabitación con los vástagos reales les apareja, sin embargo y para sorpresa del resto de españolitos machacados por la crisis, existen fundadas sospechas de que uno de estos cianóticos sobrevenidos (el marido de la infanta Cristina) no satisfecho, al parecer, con vivir a cuerpo de rey, ha utilizado su condición de VIP para agenciarse, de manera un tanto fullera, unos cuantos euros de sobresueldo. La casa real consciente del descrédito que suponía para ella que uno de sus miembros además de vivir opulentamente a costa de los sufridos ciudadanos tuviese la cara dura de hacer trajines para sacarles un plus de dinero público, optó por buscarle al ex deportista un retiro dorado en Washington pagado, esta vez, por Telefónica que, probablemente, se esté gastando en el Duque de Palma (y su prole) lo que se ahorra en su nefasta Atención al cliente. Al saltar el escándalo a la luz pública, D. Iñaki ha tenido que regresar para intentar demostrar que su recién conseguida sangre azul no se está oscureciendo por mor de turbios negocios y así poder evitar -además de la acción de la justicia- su expulsión (como le ocurrió al prenda de su cuñado) del exclusivo clan de los Borbones... ¿Para cuándo una República?

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