Un paso al sin retorno

Poca inteligencia debe de haber entre los que han olvidado la superioridad del instinto sobre la razón

No parecen conscientes en el PSOE de lo que les está ocurriendo. Padecen lo que yo suelo llamar el síndrome del sargento americano. Habituados como estamos a las películas de la factoría USA, nos hemos familiarizado con la figura del sargento que machaca -eso sí, "por su bien"- a sus muchachos, hasta límites insospechados para los que hemos hecho la mili. Por fuerte que sea el suboficial, no cabe duda de que la treintena de soldados que están a sus órdenes y bajo su tutela, acabarían en un plis plas con sus humos. Pero no, aguantan lo que haga falta, insultos y vejaciones, sometidos a una dependencia psíquica generada por una serie de factores que los transforman en manada.

En el PSOE de hoy día, en este partido liderado por el presidente Sánchez, se percibe ese efecto de dependencia acrítica, cuya consecuencia inmediata es la anulación de un proyecto político y su sustitución por una estrategia de permanencia a toda costa y a cualquier precio, en el poder. Sin que sea posible encontrar trascendencia alguna más allá de ese objetivo. Por otra parte y como dice un viejo amigo, las masas participantes en las primarias de cualquier partido, desempeñan el papel de los grupos ultras de los equipos de futbol: son un totum revolutum acrítico que no está para razonar sino para empaparse emocionalmente de lo establecido: son un miniespectro del comportamiento asociado al pensamiento único; fascismos, comunismos y cosas así.

El previsible indulto a los golpistas del separatismo catalán -el vasco está en expectativa y al acecho- puede ser el paso al sin retorno de un partido sometido por los amos del cortijo, a una enfermiza subordinación a la suntuosidad del poder. Poca inteligencia debe de haber entre los que han olvidado la superioridad del instinto sobre la razón; la sabia enseñanza, en fin, de la vieja fábula del escorpión y la rana. Uno de aquellos pidió a una de éstas que le permitiera subir a su espalda para atravesar un río. La rana no se fiaba de llevar a la espalda al peligroso arácnido, temerosa de que le clavara el aguijón y acabara con su vida. El escorpión la convenció cuando le dijo que de hacerlo, él moriría ahogado. La rana permitió, pues, al escorpión saltar sobre su dorso y, como era de esperar, éste en medio del río le clavó su mortal aguijón. Mientras se hundían, la rana miró interrogante al escorpión y éste se explicó de inmediato: lo siento ranita, no puedo dejar de ser quien soy.

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