Según reflejan las más recientes estadísticas sobre los índices de criminalidad, España es uno de los países más seguros de Europa… y del mundo. El Ministerio del Interior nos informa de que se han registrado importantes descensos en el número de infracciones criminales: homicidios dolosos, asesinatos consumados, delitos de sustracción de vehículos, tráfico de drogas, robos con fuerza y allanamientos. La conclusión oficial es que: "vivimos en una sociedad pacífica y sin violencia endémica". Sin dudar de las cifras matemáticas que señalan a España, con Portugal y Grecia, como los países europeos más seguros y que sorprendentemente nos advierte de la peligrosidad de aventurarse por naciones como Suecia, Alemania o Dinamarca por su alta tasa de sucesos criminales; la percepción que al respecto tenemos la mayoría de españoles se aleja mucho del idílico panorama que nos dibujan las estadísticas. Basta con observar como proliferan los anuncios de empresas de seguridad (que nos venden desde alarmas silenciosas que permiten pillar a los cacos in fraganti, hasta dispositivos que ante la irrupción ajena emiten un espeso humo capaz de desorientar al más experto de los ladrones); cómo la mayoría de domicilios cuentan con puertas blindadas y cámaras de vigilancia y cómo hasta la propia policía nos recomienda que antes de irnos de vacaciones fotografiemos todos los objetos valiosos de la casa y anotemos los números de serie de electrodomésticos y aparatos electrónicos.

Muy poca gente podrá decir que nunca ha tenido un malaventurado encuentro con los amigos de lo ajeno y buena prueba de ello es la obsesión compulsiva que tenemos de tocarnos continuamente el bolsillo para ver si aún conservamos el teléfono o la cartera, la manía de las señoras de, por miedo a los tirones, aferrar sus bolsos como si estos tuviesen vida propia o que el rutinario hecho de sacar dinero de un cajero se transforme en una gesta heroica al considerar el cliente como potenciales atracadores a todos los que deambulan en su cercanía mientras efectúa la operación bancaria. Por el contrario, al viajar a países tan peligrosos como Suecia o Alemania, percibimos de inmediato algo diferente respecto a España: mientras que en nuestro paisaje urbano predomina una perturbadora sucesión de viviendas con aspecto de cárceles unifamiliares, allí las casas no tienen rejas y ni siquiera en los bajos existen elementos arquitectónicos para dificultar un hipotético allanamiento. Robos, crímenes y altercados se constituyen en la parte esencial de los noticiarios y una comarca como la del Campo de Gibraltar acapara el "prime-time" de los sucesos por ser en Europa la copia fiel de la colombiana Medellín o el truculento escenario de una brutal paliza a una anciana para robarle el bolso. España es, en efecto, un país seguro… para los delincuentes.

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