Tito Flavio Vespasiano fue emperador de Roma entre los años 69 y 79 del siglo I. Después del suicidio de Nerón, el Imperio se sumió en un periodo de guerras civiles conocido como el Año de los cuatro emperadores (todos asesinados). Para controlar la situación, el Senado recurrió al cónsul Vespasiano que andaba guerreando contra los judíos en Jerusalén para darle el poder en la arruinada Roma que habían dejado sus antecesores. Su primera tarea (además de sobrevivir) fue llenar las arcas vacías por los gastos de guerra y la calamitosa gestión de un Nerón más pendiente de tocar la lira y matar cristianos que de las cuestiones de estado.

Vespasiano, que seguramente había heredado el espíritu practico de su padre, que se había hecho rico como recaudador de impuestos y prestamista, no vio mejor manera de reflotar la economía romana que incrementando los impuestos ya existentes e inventándose algunos nuevos. Entre ellos estaba el vectigal urinae, esto es, gravó la recolección de la orina recogida en las letrinas públicas que terminaba en una de las redes de drenaje más antiguas del mundo, la Cloaca Máxima. La orina se vendía para emplearla (gracias al amoniaco) en los procesos de teñido de telas y para el lavado y blanqueo de las togas, siendo también utilizada como colutorio bucal por sus (supuestas) cualidades antisépticas.

Tito, hijo y sucesor de Vespasiano, le recriminó a su padre que fuese tan miserable como para establecer un impuesto sobre algo tan elemental y necesario. El emperador le acercó a la cara las monedas correspondientes a su primera recaudación y le preguntó a su indignado vástago si le molestaba el olor. Pecunia non olet (“el dinero no huele”) contestó sorprendido el hijo. “Sin embargo –le replicó irónico Vespasiano– este es el producto de la orina”. Han pasado dos mil años y la frase sigue estando a la orden del día ya que el dinero tiene aún la propiedad de permanecer inmutable e igualmente válido con independencia de la transparencia o turbidez de su procedencia y, lo que es más, de lo espurio, delictivo o bienintencionados que sean los fines a que se destina. No son pocos los países y territorios que aprovechan esa cualidad del dinero para, sin escrúpulos, enriquecerse manejando las ganancias del tráfico de armas, de estupefacientes o el blanqueo (ahora sin orina) de dinero, son los paraísos fiscales: (Bermudas, Islas Caimán, Bahamas, Luxemburgo, Gibraltar…). En cuanto a las cargas impositivas, los gobiernos actuales son incluso mas codiciosos que Vespasiano. Son muchas las instituciones a financiar, las subvenciones a repartir y los “enchufados” que mantener. Esas “prioridades” obligan a que las infraestructuras y los servicios públicos se deterioren. Vespasiano, al menos, empleó parte de su recaudación en levantar una sublime obra arquitectónica, el Anfiteatro Flavio, más conocido como el Coliseo.

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