La mayoría progresista

Debe preocuparnos que estas maniobras semánticas echen raíces en la comunicación entre personas

Alguna vez me he referido al adjetivo progresista, cuya aplicación a los partidos políticos de la izquierda, con mayor concreción tal vez al PSOE, no tiene sentido y carece en absoluto de fundamentos. Es de suponer que la cualificación deriva del sustantivo progreso y que, por lo tanto, atañe a todas las fuerzas políticas que asumen la democracia como sistema y se proponen contribuir al bienestar social. En su momento, progresista fue sinónimo de liberal,en tanto que el liberalismo suponía progreso frente al absolutismo asociado a las viejas monarquías. El liberalismo, el constitucionalismo, la democracia en fin, surge como reacción al poder absoluto. Es natural que los políticos de izquierda traten de adjudicarse el término, pero es de una pobreza intelectual manifiesta que los demás caigamos en la trampa. Sobre todo los que desde los medios contribuimos a dinamizar el lenguaje y a habituar a la terminología recurrida en los foros políticos y sociales.

Debe preocuparnos que estas maniobras semánticas echen raíces en la comunicación entre personas, por cuanto tienen de instrumentos al servicio de la política de bajo registro. Se está hablando ya de mayoría progresista, en alusión a la mélange à plusieurs de quienes propiciaron la investidura de Pedro Sánchez y sostienen al actual Gobierno de España. No estoy por negar la legitimidad a nadie, pero sí por llamar la atención de lo que suponen determinados apoyos y, sobre todo, de aquello a lo que se está aplicando el término progresista. Algo así como Bildu, un refrito de corpúsculos separatistas, de ideologías comunistas, que asumen tácitamente el recurso al terrorismo y que jamás han condenado su práctica, forma parte de la llamada 'mayoría progresista'. También está ahí el Partido Nacionalista Vasco, un derivado fino del carlismo; es decir, del fundamentalismo religioso y del absolutismo vestidos de blanco, verde y rojo bermellón. Junto a ellos la socialdemocracia separatista y republicana de Cataluña, con sus contradicciones; nada más chocante que un separatista de izquierdas; y de añadidura, la burguesía catalana más rancia, heredera del pujolismo y de la corrupción institucionalizada. Esos son los fiadores que con algún que otro valor añadido del mismo género sujetan el toldo. Bajo él, el batiburrillo de anticapitalistas, republicanos, abortistas, animalistas y demás especies de perroflautas que han brotado en las humedades del bosque.

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