La luz gótica

El paso del Románico al Gótico supuso una transformación radical del concepto de iglesia

Cada vez es más frecuente encontrarnos entre los motivos luminosos con que se acostumbran a adornar calles y plazas con ocasión de las fiestas navideñas, la presencia de estructuras lumínicas que pretender emular a través de un sucedáneo de arcos ojivales y bóvedas de crucería a las catedrales góticas. Resulta llamativo que en el siglo XXI (un tiempo de extraordinaria sofisticación arquitectónica) para asombrar a la gente se recurra a la representación -aunque sea esquemática con leds y barras de acero- de unas edificaciones que se construyeron hace ocho siglos y aún más sugerente es el hecho de que el objetivo de estos adornos navideños coincida con el hálito que impulsó el nacimiento de las catedrales góticas: la búsqueda de la luz.

La historia de su construcción es la historia de la búsqueda del mensaje de Dios a través de la luz. El paso del Románico al Gótico supuso una transformación radical del concepto de iglesia. De la pesadez arquitectónica de inmensas moles de piedra asentadas en muros estructurales y bóvedas de cañón, se pasa a una construcción basada en el arco ojival y la bóveda de crucería que desplazan el peso al exterior mediante los arbotantes. La ligereza estructural se aúna con la verticalidad favoreciendo que los vanos predominen sobre los muros al liberar a estos de su función sustentante. Las pinturas y esculturas se independizan de las gruesas paredes de los templos (retablos) para servir de colorido soporte a la difusión de los evangelios. Las catedrales ejercieron de biblias en una época que la gente no sabia leer y apenas existían libros fuera de los monasterios. El toque espiritual y casi mágico se logra con la luz coloreada que tamizan vidrieras y rosetones capaces con su grandiosidad de catequizar a un pueblo. En un tiempo en que tan colosales edificaciones solo estaban rodeadas de chabolas y cobertizos todo inducía a los creyentes a pensar que cuando traspasaban sus inmensas puertas entraban en la sucursal terrenal del paraíso. Desde luego no aspiran a tanto esas efímeras catedrales que vivificadas por el fluido eléctrico se apropian en las fechas navideñas de las plazas de las ciudades.

Sin embargo y paradójicamente estos esquemáticos templos reproducen mejor que las “de verdad” el funcionamiento diario que tenían aquellas en la Edad Media. Mientras que ahora las catedrales están reservadas casi exclusivamente para los turistas, en el medievo un hervidero de gentes bullían en su interior y alrededores: a sus puertas se administraba justicia y se dirimían conflictos (aún perdura el Tribunal de las Aguas reuniéndose los jueves en la Puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia); en su interior los mercaderes discutían y cerraban tratos, en las capillas se escondían los enamorados, los niños aprovechaban los dibujos del pavimento para jugar a la rayuela, personas y rebaños de animales transitaban a través de sus naves para atajar camino y los perros acompañaban a sus dueños mientras permanecían en su interior, al punto de que existía un “hermano perrero” encargado de expulsar a los chuchos cuando su presencia resultaba inconveniente.

El cristianismo -en especial su versión católica- alcanzó un éxito imperecedero con el diseño de las catedrales góticas. Han pasado más de 800 años y la gente sigue maravillándose con los acontecimientos que las rodean ya sea el incendio de Notre-Dame, los avances de la inconclusa Sagrada Familia de Gaudí o… los modestos montajes catedralicios de las Navidades.

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