Mi padre era un ferviente aficionado al boxeo (llegó a practicarlo de forma amateur) y de su mano me introduje desde muy pequeño en el mundo del deporte de las doce cuerdas. Aprendí de él a diferenciar al boxeador estilista del fajador y al pegador de su contrario, el encajador. Me enseñó a distinguir los golpes: el cruzado para desestabilizar al oponente, el jab para mantenerlo a distancia, el uppercut (gancho) en busca del mentón del adversario y el contundente crochet para minar su resistencia.

Me enseñó que el boxeo es un deporte duro pero a la vez noble en el que para triunfar se necesita aunar la ciencia con el arte. Así que cuando escuché en una tertulia radiofónica hacer un símil entre las confrontaciones verbales de una sesión parlamentaria y una maniobra habitual en los combates de boxeo como es el clinch (abrazo) no pude más que congratularme por tan atinada comparación. Aunque el fundamento del boxeo es dar golpes al rival para vencerlo, en cada pelea vemos a los contrincantes abrazarse, una maniobra que aunque a veces pueda confundir al público tiene una explicación técnica concreta. Se trata de frenar el ataque del rival y a la vez obtener un descanso que ayude a recuperar un poco de energía al púgil que lo provoca y, al mismo tiempo, a pensar en cuál será la estrategia a emprender a continuación.

No es necesario ser muy observador para apreciar que las sesiones parlamentarias de control al gobierno no son más que uno (de entre los muchos) paripés de nuestra democracia. Podría decirse que cualquier parecido entre lo que pregunta la oposición y responde el gobierno es pura coincidencia y por lo general asistimos a una escenificación teatral sin mayor interés que la brillantez expositiva (cada vez más infrecuente) de algún parlamentario. En estos días hemos asistido a la interpelación de la oposición al gobierno respecto a la controvertida propuesta de una ley de amnistía para los golpistas catalanes. En el debate el gobierno tiene la pretensión de justificar su rendición ante el independentismo como algo beneficioso para el país pero es tan patética su argumentación que no tienen mejor forma de defenderse que acusando a los rivales políticos de sus propios desmanes. Es tan endeble su ataque que, empleando la analogía boxística, el interpelado no puede hacer otra cosa que refugiarse en una esquina del cuadrilátero parlamentario y recurrir a la maniobra del clinch. Aunque ya sin resuello por las embestidas de la oposición echándoles a la cara todas sus tropelías, el líder del gobierno recurre a las marrullerías para evitar el knockout y prolongar el combate: pega cabezazos, recurre a los golpes bajos e incluso en el mejor estilo de Mike Tyson le muerde la oreja a su oponente político. Es consciente de tener un as en la manga: el arbitro (la presidenta del Congreso) está comprado y le permite toda clase de artimañas.

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