Tribuna

José Juan Yborra

El barco del Instituto de Estudios Campogibraltareños

Hace treinta años se eligió como logo de la institución la silueta de uno de los navíos prehistóricos que dos décadas antes se habían descubierto en el abrigo de la Laja Alta

Pinturas de la cueva de la Laja Alta, en las que se inspiró el logo del Instituto de Estudios Campogibraltareños

Pinturas de la cueva de la Laja Alta, en las que se inspiró el logo del Instituto de Estudios Campogibraltareños / Erasmo Fenoy

Claudio Magris escribió que, frente a la tierra, la cual posee el componente simbólico de fortaleza que proporciona un refugio excelente cuando nos sentimos amenazados por el mundo, el mar, por el contrario, supone la búsqueda de lo nuevo y lo desconocido, afrontar el viento y dejarse llevar también por las olas.

Cuando hace treinta años se creó el Instituto de Estudios Campogibraltareños, se debatió sobre el logo que lo representara. Al final se eligió la silueta de uno de los navíos prehistóricos que dos décadas antes se habían descubierto en el abrigo de la Laja Alta, a un paso del río Hozgarganta y de una Jimena desde donde el mar apenas supone un lejano barrunto de levante.

Los trazos esquemáticos de esta nave de triangular vela contemplada desde estribor se convirtieron en representativa enseña de una institución que se abría a lo nuevo y a lo desconocido, que afrontaba el viento, pero que también se dejó llevar por las olas. El mástil se cubrió con un arco de estrellas que representaban a cada uno de los municipios de la comarca, incluyendo a Gibraltar. En este territorio de lindes bien sabemos que en el mar metafórico o concreto es mucho más fácil franquear las fronteras reales, figuradas o impuestas.  

Logo de IECG Logo de IECG

Logo de IECG / E.S.

El nacimiento del IECG coincidió con una muy particular y benévola conjunción astral: su punto de arranque fueron aspiraciones que tuvieron mucho de individual, concreto, municipal incluso, pero con un apenas disimulado propósito de aspiraciones mucho más generales. Eran los momentos previos a los fastos del noventa y dos y en la comarca surgió un proyecto cultural favorablemente acogido por representantes públicos relacionados con la Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar.

El proyecto de una institución que aglutinara y difundiera la investigación cultural en la zona prendió en un colectivo preñado de inquietudes. La llama fue presta y voraz. Los primeros años fueron de ilusiones y proyectos compartidos: de nombres propios que supieron llevar el timón de la nave con la ecuanimidad y la magnánima honradez desbordada de Luis Alberto del Castillo o la decidida resolución de su segundo de a bordo, Mario Ocaña, hasta que le llegó la hora de dirigir el navío con la maestría del piloto y la agilidad del corsario. Fueron años en los que se sentía la honda fluencia de Rafael García Valdivia en los inicios de una Almoraima accesible y plural; abierta y rigurosa; referente académico que fue calando en claustros públicos y repisas privadas.

Mostraba una cuidada estética de grabados y viejas cartas náuticas acorde con la exquisita biblioteca de temas campogibraltareños que iba enriqueciendo los sobrios anaqueles de caoba y cristal del palacete de villa Smith. Fueron años de apasionadas reuniones bajo salobres tejas de ecos británicos, heterodoxas tertulias junto al acogedor roble de la entrada en las que un numeroso grupo de investigadores de varias de sus secciones coincidíamos a la oscurecida preparando congresos o jornadas con la fuerza de los infectados por el más recomendable de los virus: el de aprender y difundir lo aprendido con un espíritu crítico y riguroso que se mantenía tras horas de discusiones y acuerdos.

Treinta años después, el IECG sigue vivo, recogiendo más que merecidos reconocimientos que Eduardo Briones con su buen hacer sabe modular. Los años han pasado, pero en tiempos en los que sobrevuelan maniqueísmos reductores, imposturas externas, fatuos egos, dirigismos culturales, estériles páramos, vacuidades disfrazadas y otros varios fuegos de artificio, esa nave coronada de estrellas debe seguir decidida a superar fronteras, enfrentarse al viento y dejarse llevar también por las olas.     

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