editorial

El futuro de Italia tras Berlusconi

NO ha sido el rechazo de los electores italianos sino la presión combinada de los mercados y la Unión Europea la que ha forzado al primer ministro Silvio Berlusconi a renunciar y dar paso a un nuevo Ejecutivo, presumiblemente de consenso y corte tecnocrático y presidido por el ex comisario Mario Monti. Lo deseable habría sido que fuesen los italianos los que, ejerciendo su derecho democrático, decidiesen un cambio político, pero la situación a la que ha llegado la economía italiana dejó sin apoyos al millonario que ha protagonizado la política de su país en los últimos dos decenios. Su dimisión se ha precipitado incluso hasta el punto de desbaratar su idea inicial de quedarse más tiempo para aprobar reformas. Pero la presión sobre la deuda soberana, con un diferencial respecto a la alemana cercano a los 600 puntos, un nivel que provocó el rescate en Grecia e Irlanda, terminó por liquidar su segunda etapa en el Gobierno en apenas 72 horas. La era Berlusconi pasa a la historia entre celebraciones de sus detractores pero con grandes incógnitas por resolver. Y no sólo para Italia, que debe construir un futuro que se aleje de las pautas de vida pública que han estado vigentes bajo el mando de Il Cavaliere, sino que toda la Unión está en el filo de la navaja. Si Italia cae, es probable que arrastre a toda la UE. Pero no es menos cierto que Italia, para salir del avispero económico-político en el que la deja Berlusconi, necesita antes que nada superar las prácticas de este empresario que, aprovechándose de las debilidades del sistema político nacional, tejió una tela de araña -bien sostenida por la perversión de controlar casi todos los medios audiovisuales privados y públicos- en la que se confundieron constantemente los intereses generales con los suyos particulares, para sus negocios o para evitar los casos judiciales que le han atosigado todo este tiempo, muchos de los cuales tendrá que afrontar a sus 75 años como ex primer ministro. Italia afronta una nueva era llena de riesgos, en la que sería deseable que hubiese elecciones en cuanto sea posible.

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