Repaso la semana y me agoto, no sé si soy yo o el tiempo. Nuestra época debería llamarse la Era Wojtila, porque fue santo súbito y desde entonces todo es súbito y súbito desaparece. Hemos transcurrido del “Resucitao” a la “Zorra” como el que cambia una estampita. El problema es el rumor violento de fondo que malogra la convivencia.

Equiparar a Sánchez con la basura trumpiana que asesora a Ayuso, por ejemplo, es una demagogia rayana con la propaganda. El deterioro de los sistemas democráticos es un hecho, pero se da especialmente en países cuyas democracias ya estaban heridas (o no lo eran), lo bueno es que eso nos sirve para descubrir nuestros límites. Sánchez juega con la soberbia de las legislaturas segundas, cuando los presidentes descubren que tienen poder de verdad y la cagan: redefinir las leyes para que encajen en tus reformas no es muy “limpio”; la clave es que en España no podrá hacerlo... o se lo tumbarán, porque a pesar de la basura acumulada (por todos los partidos) la máquina sigue tirando sin peligros. Sánchez pasará.

Pero lo de Ayuso es de manual universitario cutre: “Somos la tierra de los creadores, la de la libertad, sí... aquí los artistas brillan por su talento, no por su apego político”, leo estas declaraciones y pienso: ¿Puede un discurso ser más indisimuladamente falangista?, le falta añadir “Haga usted como yo, no se meta en política”. Iliberal, me diría ella, ese vocablo de moda construido vocingleramente desde un liberalismo aupado sobre las estructuras del Estado de Derecho, para fundirlo empós de los beneficios y el crecimiento.

La sublevación del campo es un síntoma: de pronto hemos descubierto que nuestra producción sólo tiene sentido para los ricos, los pobres europeos no podrían pagar los productos autóctonos si del campo salieran con un precio justo, deben comer lo de fuera sin garantías, el problema es que quienes pagan fruta y verdura carísimas son una minoría, el campo en Europa sobra porque las élites han desconectado de la realidad monetaria y legalmente.

Cuidado, esto es serio y puede terminar muy mal, los agitadores lo saben y ya están mangoneando las protestas; las ciudades, y ahora mismo son la mayoría de la población, necesitan siervos de la gleba para vivir pero el abuso tiene sus límites, porque el abandono tienen que ver con la falta de servicios pero la pauperización de la vida rural acarrea un deterioro en lo intelectual, el campo es víctima de injusticias pero también foco de un reaccionarismo poco dado a la finura, la presión urbana ha facilitado que la sostenibilidad muera en favor de lo intensivo, para colmo los que no pierden nunca son los intermediarios y las grandes superficies, los listos de siempre siempre ganan... ufff, esto sí que da miedo, este mundo frenético no da un respiro y uno lo mira con la mirada puesta en la puerta de salida.

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