Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

El fallo sobre La Manada

"Jamás hay docilidad voluntaria, goce o consentimiento por parte de las víctimas, sino una parálisis provocada por el pavor"

Se hace complicado leer la descripción de los hechos que se realiza en la sentencia sobre La Manada sin sentir náuseas y un profundo asco ante la depravación de la que es capaz el ser humano, aumentada por la sensación generalizada de que la condena impuesta se queda corta. La calificación final de lo ocurrido como delito por abusos sexuales y no de violación ha provocado una oleada de indignación en toda España que ha llevado al Gobierno a anunciar, apenas 24 horas después, una revisión de la definición de los tipos penales relacionados con la violencia sexual.

Efectivamente, algo pasa cuando dos jueces concluyen tras varios meses de deliberaciones que no hay violación en el hecho de que cinco tipejos arrinconen a un chica de 18 años ebria en un cuarto oscuro, la desnuden, le tapen la boca, la penetren por varias vías y la dejen tirada como una muñeca rota. Y más aún cuando un tercer magistrado, con un voto particular en el que pide la absolución de esos machotes, solo aprecia en los vídeos grabados por esa jauría un "ambiente de jolgorio". Me pregunto a qué tipo de fiestuquis gusta acudir su señoría.

Las estadísticas oficiales indican que cada día se registran en España una media de cuatro violaciones, lo que nos da una idea de la gravedad del problema. Y eso sin contar las que no se denuncian. Si la agresión sexual cometida en Pamplona ha cobrado especial relevancia ha sido por la evidente superioridad física de los condenados respecto a la víctima, por su desfachatez al compartir los vídeos de su hazaña, por la premeditación que se colige de los mensajes que se enviaron previamente entre ellos y por su presunta reincidencia, puesto que cuatro de ellos serán juzgados en Pozoblanco por unos hechos similares. No se trata de si la condena impuesta de nueve años de prisión es más o menos alta, que lo es, sino de la percepción de que la ley obliga a las víctimas de la violencia -ya sea una mujer, un menor, un discapacitado, un anciano...- a un acto de heroicidad frente a sus agresores, a que demuestren el dolor sufrido con pruebas físicas, cuando ante situaciones traumáticas como las referidas jamás hay docilidad voluntaria, goce o consentimiento, sino una parálisis provocada por el pavor experimentado.

Nos puede el ruido de ambiente. Se echan en falta estos días debates en torno al porqué de lo ocurrido y qué modelo de convivencia tienen en mente muchos de nuestros niños y jóvenes. (A quienes nos llamamos adultos nos doy ya por perdidos). No hay soluciones mágicas, pero tengo pocas dudas de que el camino pasa por la educación, por la formación en valores de igualdad y de equidad de oportunidades entre hombres y mujeres, por desterrar de una vez los roles de género. Por enseñar a comportarnos como personas, no como una manada de bestias.

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