Soy de una generación que llegó tarde a muchos de los acontecimientos que marcaron la Historia del S. XX. Sin orden cronológico: al final del franquismo; a la universidad cuando el Mayo del 68 lo habían hecho otros; a un plan nuevo de estudios que duró solo dos años; al último disco de los Beatles que me regalaron cuando ya hacía un año que se habían separado… En fin, que vida gloriosa, como tantos otros, no puedo contar.

Siempre tuve la extraña sensación de ser un verso suelto (aunque cuando lo sentía no tuviese ni pajolera idea de ser verso suelto…). Cuando reflexiono sobre mi vida me molesta pensar que la mayoría de cosas realizadas las hice sin elegir (eso tan literario que algunos autores repiten cuando hablan de sus obras: su creación los elige a ellos), así que la sensación vital de llegar tarde a los grandes acontecimientos y a la velocidad en la que se suceden los hechos, han generado como producto final un ser humano permanentemente estresado que busca, como afirmaba Franco Battiato, "un centro de gravedad permanente". Y es ahí, llegado a ese punto, donde empiezo a reconocerme. Recuerdo con emoción el momento de mi infancia en que descubrí la escritura y su lectura: lo rememoro con la misma emoción con la que la viví.

Ese misterioso y prodigioso proceso por el que las letras temblorosas y de trazos imprecisos se iban engarzando, y que yo podía leer después, dándole nombre a lo que en mi vida eran básicos: la m con la a, ma… mamá, papá, pan, mar… y todas las combinaciones posibles en esas hojas, que como palimpsestos dejaban entrever el borrón y la palabra que no fue. Así que, si echo la vista atrás desde los seis años hasta ahora, lo único que entró a tiempo y que no me ha dejado nunca, que sigue sin caducidad, lo haga a mano u ordenador es la escritura. Con ella he recorrido todos los tramos de mi andadura vital.

En un segundo golpe de azar uní mi descubrimiento de la escritura con mi trabajo, que fue consecuencia de mi gusto por la lectura y por el conocimiento de lo histórico: su enseñanza. Pocos habrán tenido la suerte que yo, una carambola, al poder convertir mi pasión en mi sustento económico.

Un nuevo envite azaroso viene de la mano de una amiga: desde hoy y aquí en este "recodo" donde me ha puesto la vida, les contaré lo que veo y oigo, esperando pasar del usted al tú próximo, pero no irrespetuoso.

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