De todas las pulsiones que un ser humano siente, además de las llamémosle "orgánicas" como pueden ser comer, beber o dormir, hay otras que nos acompañan desde que abrimos con cierta conciencia los ojos al mundo. Entre estas últimas en las que se requiere cierto grado de atención y sensibilidad, está el contemplar la belleza de lo que nos rodea. No todos respondemos al mismo concepto de ella, porque, afortunadamente, vivimos en un siglo donde se mezclan de forma ecléctica los gustos y las modas. En otras épocas, casi de forma monolítica, cada período de tiempo, cada vez más cortos y acelerados por la rapidez en los cambios de las estructuras político/económicas, se reflejaban y respondían de forma distinta en los gustos sociales, de ahí que nada tengan que ver la estética teocrática e inmóvil de la edad Media con la dinámica del Barroco.

En la actualidad hemos pasado de criterios rígidos donde el canon, es decir las proporciones que deben tener un objeto o una persona para ser bellos y proporcionados, han ido abandonando la rigidez de unas características cerradas. Y esto ¿por qué ocurre? La sociedad del S.XXI alberga estructuras muy cambiantes y por tanto es muy diversa, mucho más abierta que lo ha sido nunca. Pero no nos engañemos, no ocurre en todos los sitios así. Hay espacios territoriales demarcados por estructuras cerradas, monolíticas, donde el reflejo de una entidad dictatorial se refleja, precisamente, en esa simplificación de las formas. En la ausencia de la variedad. Solo hay que pensar en Irán y Afganistán. No sé cómo visten los hombres o no muy especialmente, pero si sé cómo visten y cómo viven sus mujeres. Tapadas. Uniformes. Indistinguibles unas de otras. Precisamente por eso y de forma simultánea se les cierran las puertas del conocimiento, porque es el medio para reducirlas solo a lo meramente vegetativo. Es la manera más clara de hacerlas desaparecer. De dominarlas. De cosificarlas. Los rasgos de unas y otras son intercambiables, y ese control pasa por la unificación de ellos, de sus costumbres, de la mirada sobre su entorno, por la negación de lo que es obvio: aunque todos reconozcamos ciertos rasgos de belleza y proporción, no a todos nos sugieren lo mismo, porque cada ser humano es irremediablemente y afortunadamente distinto. Ese es el valor que debemos reivindicar en el S.XXI, la diversidad, el derecho a ser diferentes. Por eso conmueve verlas así. Por eso yo también me uno a ellas en rebeldía.

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