Con ocasión del verano (y las teóricas vacaciones que dicha estación propicia), es habitual que en la prensa aparezcan listas de lecturas recomendadas para ese supuesto tiempo de asueto. En general y teniendo en cuenta que se trata de literatura de evasión, el inventario de libros veraniegos suele incluir mayoritariamente novelas y dentro de ellas, suelen predominar las de género policiaco. Las novelas policíacas vinculadas en un difuso territorio fronterizo con las de misterio, espías, terror y la novela negra, suelen ser (con el permiso de la moda de las novelas históricas) las preferidas por el público y en casi todas ellas el protagonista principal es el detective, un curioso sujeto que aún sin contar con los medios técnicos ni la infraestructura operativa de la policía acostumbra a ir varios pasos por delante de las pesquisas de los obtusos investigadores oficiales en virtud de dos cualidades: su capacidad deductiva y su rigor analítico. Fue Edgar Allan Poe el "padre" del primer detective literario, el caballero francés Auguste Dupin, quien aplicando la lógica científica y apoyándose en la observación de los pequeños detalles que los demás consideran irrelevantes, logra resolver: "Los crímenes de la calle Morgue". Dos mujeres aparecen muertas y mutiladas en una habitación cerrada, un enigma aparentemente indescifrable que con su sagacidad e ingenio logra resolver ofreciendo una extraordinaria explicación al deducir que el responsable de los asesinatos no pudo ser, bajo ninguna circunstancia, un humano. Es un orangután escapado de un circo cercano el autor de los dos brutales crímenes y son -según Dupin- las tendencias imitativas de los simios las que justifican tal acción en un animal irracional. Sin embargo, el mérito de bautizar a estos investigadores "autónomos" con el nombre de detectives corresponde a Charles Dickens que fue el primero en utilizar el término en su novela "David Copperfield". Herederos naturales de Auguste Dupin fueron Sherlock Holmes el excéntrico investigador de Conan Doyle que exhibe en sus relatos unas habilidades deductivas aún más extraordinarias que las del francés y Hércules Poirot el detective "bon vivant" de Agatha Christie. Dashiell Hammett y Raymond Chandler reivindicaron dos tipos duros: Sam Spade ("El halcón maltés") y Philip Marlowe ("El sueño eterno"), ambos popularizados en el cine por Humphrey Bogart y Philip K. Dick reinterpretó el personaje en "Sueñan los androides con ovejas eléctricas", más conocida por su título cinematográfico: "Blade Runner". Mi favorito, no obstante, es un detective del siglo XIV, Guillermo de Baskerville, el fraile franciscano (con el rostro de Sean Connery) que Umberto Eco llevó hasta una remota abadía benedictina en los Apeninos para resolver el misterio de una serie de asesinatos entre los monjes. Su lema era: "Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad".

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