La abuela se consumía, poco a poco, confinada en su cama, en el dormitorio de siempre. Un año largo ya de dependencia total, de las de 24 horas al día. El abuelo sesteaba en el sillón, velándola, para que no le faltara nada a la mujer que siempre había dado sentido a su existencia.

La familia se encargaba de ambos, con la colaboración de otras personas “contratadas”. Actividad encubierta, claro. Otro empujoncito a la bestial economía sumergida del país: en 2021 el 16,9% del PIB según el Ministerio de Hacienda (20% a juicio del FMI).

Ambos habían tenido que emigrar en los 60. El Estado les falló en su juventud. Mientras que muchos compatriotas no tuvieron tal necesidad, la suerte les resultó más favorable (familias burguesas, beneficiarios de la red de poderes del régimen, mucha gente de bien e infinidad de españoles que no lo necesitaron) o no se atrevieron, ellos se fueron ante la opción de seguir viviendo en la miseria del Campo de Gibraltar de aquel tiempo.

Trabajaron duro en Francia, en una colonia española nostálgica de un retorno que emprendieron tan pronto se pudo. Impulsaron el espectacular progreso industrial de Europa occidental y sostuvieron a los familiares que habían quedado en España, remitieron divisas que sirvieron para el desarrollismo franquista del Seat 600 y la lavadora, y contribuyeron a poner las bases del país que hoy disfrutamos.

Ahora, en la etapa final de sus vidas, se topan con una administración insensible y burocratizada en un nivel que ya hubiese firmado la rigidez del mundo soviético. La miserable aplicación de la Ley de Dependencia en Andalucía genera datos que avergüenzan. Se ha establecido la norma de un máximo de 180 días de espera para recibir su atención, pero la cifra real oscila entre los 400 y los 500 días. Espera un poco más, a ver si se muere y otro gasto que nos ahorramos. Cuando fue aprobada por el Congreso, en noviembre de 2006, nos felicitamos por la llegada del cuarto pilar del estado del bienestar, junto a la educación pública, la sanidad gratuita y las pensiones. Al fin íbamos a ser europeos del todo.

Mientras la televisión autonómica, la radio, la prensa escrita y la digital chorrean permanente propaganda institucional, sacando pecho y difundiendo medias verdades acerca de cuán bien hace cada gobierno sus cosas, la abuela recibe 2 horas de atención a la semana (grado 1 de dependencia, ya que del 2, reconocido hace 300 días, nada se sabe, y el 3, que es el que debiera recibir, ni se pide porque se perdería lo esperado para que llegue el 2). 2 horas de las 168 de la semana. El abuelo, dependiente severo, 0 horas de atención pública.

A los abuelos, el Estado les falló en el franquismo. Ahora, vuelve a fallarles en democracia.

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