Estamos en una comarca donde el corcho ha sido, y sigue siendo, uno de los valores naturales de más importancia en el ámbito de la comercialización. El 70% de la producción de corcho se usa para taponar botellas de vino, champán, etcétera. El vino se genera en los cinco continentes, en multitud de países del mundo. Sin embargo, corcho solo se produce en siete países de la región mediterránea: Portugal y España con el 50% de la producción, Francia, Italia, Marruecos, Argelia y Túnez.

Al alcornoque le sirve la corteza de corcho como aislante del fuego fundamentalmente. El corcho se forma de un tejido de células muertas que forman celdillas llenas de aire. El fuego se ha considerado de siempre un elemento más del monte mediterráneo. De hecho, muchas semillas de distintas plantas brotarán una vez que ha ardido su zona.

Muchos siglos antes de que apareciera la industria del tapón, el corcho tuvo varias aplicaciones y en especial se usaba como aislante. Sobre el siglo I ac Horacio cita el corcho como taponamiento de ánforas. Según Varrón (Siglo I a.c.), las colmenas mejores eran las de corteza de corcho. Plinio el viejo (Siglo I d.c.) comenta que la corteza del alcornoque se vuelve gruesa y, si se le extrae, vuelve a crecer. Agrega que esta corteza era utilizada en las redes de los pescadores y también para calzado de las mujeres en invierno.

Isidoro de Sevilla (siglo VII d.c.) considera conveniente el corcho para facilitar la natación. Durante siglos vino usándose el corcho para preservar las viviendas y los objetos de la humedad. En España, las familias modestas colocaban lonchas de corcho en el suelo a modo de baldosas, logrando con ello un revestimiento caliente al tacto (Ramiro Medir Jofra, 1946).

En el siglo pasado hubo varias fábricas en Algeciras. Nuestra comarca abastece de corcho para tapones a parte del mundo. Existen otros usos minoritarios como parqué, artesanía, aislantes de máquinas...

El corcho es la corteza del alcornoque. Más o menos a los 30 años del nacimiento, el árbol tiene 60 cm de diámetro. A partir de ahí se extrae cada 10 años. Sólo se saca el corcho que tiene un grosor de unos 25 mm, que no es uniforme en todo el árbol. El mayor grosor se encuentra en la parte baja (zapata) y va disminuyendo según se asciende. Quitarle la corteza no deja de ser un trauma para el árbol, pero no lo suficientemente grave como para evitar que sea un aprovechamiento sostenible. Un árbol sin descorchar se calcula que puede vivir 300 años. Un alcornoque descorchado 150 años. En ese tiempo ha producido suficiente bellota como para asegurar una importante regeneración.

De los aprovechamientos de nuestros montes: ganaderos, cinegéticos, apícolas, leña, brezo o piñas, el corcho es el que reporta mayores beneficios económicos.

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