Las casualidades

Esa es una de las grandes virtudes de la lectura: disipa nuestra soledad porque nos dice que no somos los únicos

Nos encantan las casualidades, tal vez porque no las vemos como tales. A fin de cuentas, nosotros también somos frutos de un azar extremo, y pese a ello nos sentimos imprescindibles. Lo casual es, a veces, un antídoto contra la falsedad o el fingimiento. En ciertos contextos, una de las mejores formas de comprobar que un pensamiento es propio es verlo replicarse en otras voces que, en principio, nada tienen que ver ni con nosotros ni entre ellas. De hecho, cuanta más distancia parezca separar a quienes dicen lo mismo, y cuanto menos manido o ya dicho parezca lo que dicen, más creíble nos deberá resultar. Ocurre lo mismo cuando alguien nos recomienda un libro y, tiempo después, alguien sin nada que ver con ese otro nos hace la misma recomendación.

Esa es quizás una de las grandes virtudes de la lectura: disipa nuestra soledad porque nos dice que no somos los únicos, que no sólo a nosotros nos aflige una pena o nos calma una esperanza. Si hay una comunión benévola, lo malo, compartido, es menos malo, y lo bueno, compartido, se ensancha. Pasa con los más jóvenes, pasa con los más viejos.

En pocos días he visto una nueva prueba de esto. En una entrevista en YouTube, Robin Lane Fox, experto en cultura clásica, no podía reprimir el llanto al recordar el encuentro entre Aquiles y Príamo en la Ilíada, cuando ambos, enfrentados por la guerra, recuerdan a sus muertos, Patroclo y Héctor. Y en otra entrevista, Almudena Grandes decía: “Cuando un libro te gusta de verdad, lo lees en primera persona del plural”, es decir, lo que lees te pasa a ti.

No sé si Fox y Grandes coincidieron alguna vez en alguna presentación o fiesta o charla, o si alguna vez ambos compartieron sus ideas por escrito o leyeron las mismas palabras de un tercer interlocutor. No lo creo. Es más probable que ambos, simplemente, fueran honestos cada cual por su lado, y al hacerlo desvelaran la remota tradición de la que ambos son sendos eslabones y en la que me reconozco. Esa tradición o escuela es la de quienes entendemos que la curiosidad y las ganas de aprender, de conectar con algo externo a nosotros y descubrir que estaba todo el tiempo dormido dentro mismo de nosotros, es una fuente inagotable de vida y de futuro. Pienso, tras ver la reciente conferencia de Anne Carson en el Prado, que abrirse a lo inesperado, a lo indeterminado, a lo que no tiene bordes ni nombres, a la duda, a lo que éramos sin saberlo y a lo que, pese a nuestros más enconados prejuicios, nunca fuimos, es lo que en cierto modo nos mantiene siempre nuevos, sin centro, vivos.

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