A ver si a fuerza de repetirlo todos los días se nos graba en el cerebelo y lo convertimos en el mantra del verano: el virus maldito no está en regresión ni ha bajado sus niveles de letalidad y mucho menos está vencido. Todo lo contrario: está agazapado y esperando cualquier pequeña oportunidad que le demos para saltar de individuo en individuo hasta donde pueda o le dejemos. Lo ha demostrado estos días en Málaga y Granada, y en sitios diversos de las geografía andaluza y española, y todo apunta a que lo seguirá haciendo a medida que se vayan abriendo fronteras y se relajen las normas de convivencia. Si podemos tener la impresión de que esto está más o menos en vías de solución se debe exclusivamente a que hemos estado un trimestre encerrados y que hemos dejado la economía casi parada. Con ello hemos cortado las vías de propagación del bicho, pero ni lo hemos quitado de la circulación ni lo hemos hecho menos peligroso.

Ha bastado que se haya abierto un poquito la puerta para que los rebrotes surjan a un lado y a otro. Siempre hay alguien que no se lava las manos cómo debiera, que pasa de mascarilla o que incumple la distancia de seguridad y esas reglas son, por ahora, lo más parecido que tenemos a un muro de seguridad. Los cálculos más optimistas para una vacuna que se pueda administrar con garantías no bajan de un año o año y medio, y a partir de ahí no es difícil imaginar los esfuerzos de producción y logística que va a suponer inmunizar a miles de millones de personas en todo el mundo.

Por lo tanto, corremos un riesgo serio a largo plazo por mucho que se empeñen el Gobierno o la Junta en minimizarlo. Riesgo sanitario, por su puesto, aunque quizás no en la medida de la primera quincena de marzo, cuando no sabíamos la gravedad de lo que se nos venía encima y seguíamos con nuestros hábitos de vida. Pero también un riesgo económico que puede tener efectos catastróficos que se prolonguen a lo largo del tiempo y que se agravarían todavía más si hay que proceder a nuevos confinamientos, aunque nos sean generales. Andalucía es un territorio especialmente vulnerable en los dos frentes. Y convendría tenerlo muy claro. En las medidas de protección y en la alerta permanente del sistema sanitario nos estamos jugando nuestra salud, pero también nuestro empleo y la educación de nuestros hijos. A ver si a fuerza de repetirlo nos enteramos.

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