No es fácil el amor, no. Decimos: te amo libre, pero no soportamos que abusen de la libertad. Decimos: te amo independiente, pero nos paramos, reflexionamos y nos confesamos: por favor, nunca dejes de depender, aunque sea un poquito, de mí. Los que amamos en el siglo XXI somos muy dados a dárnoslas de progres. Alardeamos de plena autonomía, propia y ajena; presumimos de absoluta transigencia y superioridad moral, pero, qué duda cabe, el amor no podría existir ni resistir sin ataduras.

Desde que estamos listos para amar, siempre habrá un motivo para llegar antes, para no pedir una copa que en realidad sobra y para convertir en excepcional lo que antes era rutinario. Desde que abrazamos el amor, prescindimos irremediablemente de una parte de nosotros, mutamos y emprendemos la sempiterna lucha por permitir que nos construyan sin olvidarnos de lo que somos.

El ser humano tiende hoy al caos y a la exaltación en un mundo con tantos estímulos que está prohibido aburrirse. En medio de tal fervor, el amor llega para poner a prueba nuestras aptitudes equilibristas y para advertirnos: vivirás, porque así ha de ser, en un eterno coste de oportunidad. El amor coloca en una balanza la renuncia y la cesión, el dejar de hacer y el dejar hacer, y es un impío cobrador de excesos. Nunca dudará en cogernos de la pechera para afearnos nuestras extralimitaciones.

Pero el amor es también un proceso, un órgano vital que va alimentándose y moldeándose con el discurrir del tiempo. Así, jamás se nos podrá exigir que amemos con 20 años como el que ha de amar cuando tenga 30 y fracasaremos si con 32 amamos como cuando tuvimos 25. En realidad, aprendemos a amar equivocándonos en la forma en la que lo hacemos. Estamos hechos de caricias que han conformado una piel con memoria. Una piel que siempre nos recordará que esos dedos que hace años se deslizaron por ella dejaron de hacerlo porque tuvimos que cometer errores. Porque el legado más preciado que nos pueden dejar aquellos a los que un día amamos es saber amar mejor hoy.

No es fácil el amor, no. Qué laberinto el que erige, qué maraña inextricable, cuánta valentía requiere. Tirar, aflojar, soltar; aceptar, ceder, reclamar; acertar, fallar, remediar. No es fácil el amor, no, pero cuando divago por la oscuridad, cuando no encuentro la salida y siento que estoy muy cerca de perderme, sé que el amor es una mano que se extiende y que basta con agarrarla para volver a casa. Entonces descubro su inconmensurable poder. El poder de que un simple gesto es suficiente para desenredarlo todo.

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