Tengo una foto en mi viejo álbum familiar en la que aparezco vestido de cowboy. Con siete u ocho años, poso (con una desenvoltura que ahora me asombra) con sombrero, pañuelo al cuello, chaleco vaquero, botas y, por supuesto, cartuchera a la cintura y atada al muslo para desenfundar con más rapidez. En la mano tengo un revólver con el que apunto al fotógrafo (mi padre). Estoy tan metido en el papel que, de haberme visto, Ben Cartwright -el patriarca de Bonanza- sin duda me hubiese fichado para cabalgar (con mi artesanal caballo de palo de escoba) por el rancho La Ponderosa. A pesar de nuestra lejanía geográfica, en aquellos años, los niños de mi pandilla nos sentíamos identificados don el Lejano Oeste y sus implacables leyes. Lo vivíamos en los tebeos (El Coyote, El Llanero Solitario, El teniente Blueberry…), después en las novelas (Karl May, Zane Grey o ¡cómo no! Marcial Lafuente Estefanía) y siempre en el cine donde no existía mayor placer que ir a ver una película del Oeste o "de vaqueros". Fort Apache, Solo ante el peligro, Winchester 73, Duelo al sol (donde resultaba incomprensible para nuestros ojos infantiles que la enamorada pareja protagonista, Gregory Peck y Jennifer Jones, se mataran mutuamente a tiros en vez de casarse), La legión invencible, Colorado Jim, La muerte tenía un precio… y otros muchos títulos que nos fascinaban con sus violentas historias en escenarios inhóspitos, salvajes y desoladores donde el enfrentamiento entre buenos y malos era continuo y donde, por lo general, los criminales acababan eliminados, bien por la justicia (el sheriff) o bien por algún pistolero que oportunamente llega a aquellos perdidos pueblos de una sola calle para liberar a sus habitantes de la explotación de los villanos. Raíces profundas era de mis preferidas: Alan Ladd (Shane) es el pistolero errante que ayudará a los granjeros frente al terrateniente que quiere expulsarlos. Jack Palance es Wilson el forajido contratado para matar a Shane y con el que aún se me ponen los pelos de punta al recordarlo apoyado en la puerta del "salón", vestido de negro, con el cigarrillo en la comisura de los labios y las manos en la hebilla de la cartuchera esperando para disparar al primero que se le pusiese por delante, sin duda, el mejor "malo" del Oeste. Clint Eastwood rodó 30 años después una nueva versión de la misma historia, El jinete pálido, que, en contra de lo que suele ser habitual, era tan buena como la original. Los siete magníficos es otro de los westerns que me impactaron. Yul Brynner, Steve McQueen o Charles Bronson se convirtieron en modelos a imitar mientras sonaba la increíble música que le compuso Elmer Bernstein. La conquista del Oeste y Horizontes de grandeza me conmovieron con sus épicas bandas sonoras y dos westerns atípicos están entre mis películas favoritas: La leyenda de la ciudad sin nombre, donde Lee Marvin canta (o más bien recita) Wandering Star, y Soldado Azul con una deslumbrante Candice Bergen "adoptada" por los indios.

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