DEFINITIVAMENTE Rajoy, el próximo presidente del Gobierno, según todos los sondeos, y siempre con el permiso de los electores, no es un político hegeliano. Ni de lejos. No lo digo porque el candidato del PP rechace la dialéctica -esa rama de la filosofía a partir de la cual comenzó a operar el marxismo, pero que es bastante más trascendente que la doctrina del padre de El Capital- ni porque no dedique su escaso tiempo libre a leer ensayos. No. Además, según me ilustró hace unos días el compañero Antonio Avendaño en la competencia, a este hombre gustar, lo que se dice gustar, sólo le gusta leer el Marca. Que digo yo que es un periódico que, más que leerse, se contempla, pero en fin: uno puede equivocarse.

Sostengo que no es un candidato hegeliano porque, a tenor de cómo está llevando su paseo triunfal por las Españas, y a sólo unos días para su arribo a La Moncloa, no parece dispuesto a hacer suyo, así lo maten, el imperativo del viejo y despeinado filósofo alemán: "Tened el valor de equivocaros". Un consejo con el que habitualmente se anima a los jóvenes a poner en práctica el único método válido de aprendizaje: el que consiste en el ensayo y el error. Aprender a caerse sin dejar de levantarse.

Pues no. Rajoy, que hace mucho tiempo que dejó de ser joven, no está dispuesto a ensayar porque no quiere errar, no responde a las preguntas de los periodistas -salvo entrevistas oficiales previamente pactadas- porque no quiere confundirse y no tiene en mente desvelar su programa electoral porque no quiere tener problemas. Ni se mueve, ni desmiente, ni confirma, ni se inmuta, ni se pone de los nervios, ni ataca, ni propone, ni nada. Quiere el voto gratis. Sin esfuerzo. Se deja llevar por el rumor del viento, que viene de cara.

A este hombre es difícil verlo fuera de lugar a excepción de cuando -como hace unos días en Canarias- hizo un notable elogio del platano insular, nos consoló (a algunos) insinuando que nos va a volver a dejar fumar en las sobremesas o pronunció aquella gran proclama, la mejor que vieron los siglos pasados y verán los venideros: ¡Viva el vino! Rajoy no cae demasiado mal. Es como aquellos políticos decimonónicos y provincianos de las novelas del Galdós. Otra cosa, claro, es lo que (nos) haga.

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