Vecindad mal entendida

En Gibraltar hay tres mil futbolistas extranjeros que en cuanto llegue el 'Brexit' se quedarán sin pelotas

El leitmotiv de la cantinela de las autoridades coloniales gibraltareñas es la vecindad. Cuando pintan bastos y el paso de la verja se hace tedioso, aquello de la proximidad y los lazos familiares se convierten en argumentos contra cualquier supuesto que pudiera erosionar el estatus de la población. Los recursos a la sensiblería son tan eficientes y tan sutiles que su frecuencia, mayor de lo que se percibe, aumenta en el entramado demagógico del lenguaje cuando no conviene mostrar con claridad lo que se pretende.

Nada como la vecindad para alegrar a las ánimas que revolotean por el espacio aéreo que los yanitos hacen suyo porque sí. Ahí está el istmo anexionado con alevosía, como las aguas, y los rellenos fraudulentos de levante y de poniente. Y ahí, ilustrando esas actuaciones, los vertidos, los bloques de hormigón en zonas de pesquería o los acosos, cuando conviene y procede, a los pescadores que faenan en la bahía. No parece razonable aludir a las bondades de una vecindad preñada de miradas dulces y de sonrisas, cuando uno de los vecinos ejerce de depredador y el otro de presa. Ni cuando se practica una competencia radicalmente desleal basada en desequilibrios impositivos y en tolerancias inconfesables. Obviando a sabiendas que incluso la vecindad es en este caso, asunto de Estado y entre Estados.

Como es don dinero el padre padrone de nuestras sociedades y a la colonia le sobra, hace un par de años mal contados, Gibraltar consiguió su ingreso en el emporio del fútbol internacional. Muchas libras, claras y obscuras, dicen las lenguas de doble filo, que circularon por esos pasillos en los que salpica el neón en los atardeceres. El caso es que ahora en las laderas del Peñón compiten una docena de equipos por kilómetro cuadrado, para satisfacer las exigencias de censo de la FIFA. Puestos a hacer cuentas, más o menos el diez por ciento de la población tendría que estar corriendo tras un balón, a efectos de expediente. Así que también hay que importar peloteros, y los españoles están a mano. Es tal la cantidad y variedad de la especie, que hay ya en Gibraltar un futbolista que se llama Castiella, como el ministro. Parece que el destino quiere reírse de nuestros pesares.

De aquí a nada, la oficina de prensa de Convent Place dará instrucciones a sus asalariados para que difundan que en Gibraltar hay tres mil futbolistas extranjeros que, en cuanto llegue el "Brexit", se quedarán sin pelotas.

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