Vamos a contar verdades (I)

Hasta esa cocina con siete pinches y dos cocineros, en un determinado momento llegó el aderezo de un sevillano

Nuestros padres constitucionales seguramente no debieron intuir el verdadero alcance de la concepción autonómica del Estado. Algunos compañeros, profesores universitarios, que como expertos en Derecho Administrativo o Constitucional participaron entre bastidores en el proceso, y otros que formaban parte del equipo de asesores de los redactores de la Constitución de 1978, me han ido contando, en ocasiones que lo han propiciado, detalles, más o menos anecdóticos, que no trascienden fuera de su ámbito de actuaciones. Detalles que ayudan a comprender mejor las dificultades, que supone hilar un entramado legislativo para un Estado como España; resultado de un proceso de gran complejidad histórica y variedad cultural. Me propongo, en las entregas que dé de sí el particular, referirme a algunos pormenores que tengo por importantes.

Uno de esos colegas me contaba que, si bien, los siete (el siete es un gran número) eran los que iban poniendo negro sobre blanco y ovillando palabras y signos ortográficos, la Constitución tuvo dos padres patrones (de padrone en el sentido de los Taviani), Alfonso Guerra, por la izquierda evolucionada, y Fernando Abril Martorell, por la derecha reformista. Dos inteligencias políticas de primerísima fila que tenían la confianza de los dos grandes líderes de la Transición, Felipe González y Adolfo Suárez, respectivamente. Las ideas luminosas, las calmas y los nihil obstat eran del dúo e invadían las actuaciones del séptimo de caballería. En el fondo todo fue, y es, bipartidismo porque en las sociedades avanzadas no hay más que dos modelos para lustrar la convivencia y bruñir la sociedad del bienestar: dos modelos cuyas pequeñas diferencias residen en algunas prioridades.

Pues bien, hasta esa cocina con dos cocineros y siete pinches, en un determinado momento llegó el aderezo de un sevillano (hoy presidente del Consejo Editorial del Grupo Joly, al que pertenece Europa Sur, con otras ocho cabeceras), catedrático de Derecho Administrativo, que considerando las concesiones que se estaban haciendo a los nacionalistas vascos y catalanes -y, ya de paso y para disimular, a los gallegos-, levantando la mano en el lugar oportuno y en el momento oportuno, preguntó: ¿y Andalucía qué? Manuel Clavero, ministro hasta entonces, provocó el "café para todos" que terminó por dominar el nuevo diseño del Estado; llamado, debido a ello, "de las Autonomías".

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