Escribir un artículo que responda a la máxima objetividad, no es siempre posible. Una intenta hacer uso de conceptos lo más asépticos posibles, pero claro está, nadie puede huir del entorno, del contexto histórico en el que nuestras vidas se desarrollan, que es todo. Siempre me ha dejado asombrada esa frase tan manida que a partir de cierta edad muchas personas utilizan, “en mis tiempos las cosas no eran así...”.

Yo siempre me he preguntado ¿Y cuáles son sus tiempos? Porque a menos que esté hablando un ectoplasma, hasta que andemos por esta tierra nuestra, lo hacemos en un espacio y un tiempo que son los ejes dónde la vida nos ha llevado. En esta afirmación subyace una idea muy de nuestra época, la vida solo es perfecta en la juventud, porque si algo caracteriza a nuestra sociedad es ese deseo de permanecer siempre jóvenes y bellos – según los cánones que rijan en cada momento– y una vez que se pasa esa etapa efímera, ya estamos en el descuento. Pues si así fuese buena parte de la Humanidad estaría ya caducada. Escrito este preámbulo, tengo que afirmar que no puedo estar ni contenta ni olvidar la mirada crítica con la que filtro las imágenes y sonidos que me llegan. Si me acerco a ver la realidad inmediata, desde que miro al cielo y veo un sol radiante, me asusta pensar en esta sequía que nos atenaza. Me dan pena mis plantas y el planeta, pero mucho más lo difícil que lo van a tener las personas que tengan pocos recursos, aquellas casas donde hay un enfermo que cuidar, en la que agua y luz, dos bienes esenciales, no les llegará, uno porque no hay y otro porque, sin hablar del mal uso, las empresas energéticas que han aumentado sus beneficios, consideran que los cinturones se los deben apretar otros; si presto atención a la radio, me entero de escalofriantes noticias de venganzas y muerte entre jóvenes que un día estuvieron compartiendo aula con nosotros. Esto me lleva a pensar que el sistema educativo falla en atender los casos que ya veíamos difíciles; si me siento a comer y veo las noticias el alma o conciencia se me hiela, muerte sembrada en calles pobres y polvorientas, donde los más indefensos e inocentes no volverán a jugar y sólo podrán gestionar odio; si me angustio y necesito ayuda médica ya sea en la sanidad pública, por falta de medios, o en la privada donde lo que cuenta es la plusvalía, me darán cita para cuando esté totalmente ida... Y ni siquiera puedo darme una vuelta por los parajes bellísimos de nuestra comarca, subiendo a un tren de cercanías o a un autobús y abstrayéndome en el paisaje para liberar la impotencia, porque apenas tenemos transporte público que nos acerque a ellos.

La conclusión es que, por mucho que queramos desviar la vista, la gente que tenga un grado de compasión compatible con lo que el Homo Sapiens es, tendrá que escoger entre buscar soluciones colectivas o encerrarse en una burbuja que lo aleje de todos, incluidos los más queridos.

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