Me consuelo con la excusa normal: si no hubiese sido yo, otro lo habría hecho". Bien podrían haber pronunciado esta frase Robert Oppenheimer o Arthur Galston. Uno tras la creación de la bomba atómica, con las consecuencias que ello implicó; otro, con la confección del agente naranja, un compuesto nacido para deleite de amantes de la jardinería que acabó arrasando las selvas de Vietnam y originando malformaciones en sucesivas generaciones vietnamitas.

Pero no, esa frase, que esconde la terrorífica interpretación de que ha sido pronunciada por quien sospecha que ha creado un monstruo, es coetánea de nuestros días. Salió de la boca de Geoffrey Hinton esta semana. Hinton está considerado uno de los padres de la inteligencia artificial, y acaba de dejar su trabajo en Google para alertar sin ambages del peligro que su desarrollo incontrolado e imprudente -algo que ya ocurre- puede representar para el mundo.

La noticia coincide con la invención por parte de científicos estadounidenses de un descodificador capaz de leer la mente y transcribir los pensamientos. El aparatejo está destinado a facilitar la vida de las personas con problemas o imposibilidad de habla. Pero precedentes en la historia no faltan para demostrar que inventos cuya razón de ser fueron facilitar la vida e incrementar la libertad de la sociedad acabaron por coartarlas.

El mismo agente naranja era maravilloso tanto para acelerar el crecimiento de geranios como para matar a decenas de miles de personas; los sistemas de videovigilancia urbanos pretenden crear un manto de seguridad sobre la población, pero en regímenes antidemocráticos -o que utilizan las instituciones democráticas para reventar la democracia por dentro- como China, Rusia, Israel, Hungría o Polonia es la seguridad de los ciudadanos lo que precisamente está en peligro; la creación del micrófono resultó ser, cómo no, utilísima, pero la URSS lo mejoró y la Stasi de la República Democrática Alemana acabó introduciéndolo en relojes para ver qué carajo tenías tú que decir contra el régimen.

El estudio de nuestro pasado nos muestra que cualquier tipo de avance, en malas manos, puede ser un arma letal. El mayor problema que llevará bajo el brazo la inteligencia artificial no será que nos vaya a quitar el trabajo, sino que modifique la realidad, e incluso la historia, al antojo de quienes ansían controlarlo todo. No será ya necesaria una buena retórica para mentir, sino una buena tecnología. De la misma manera, celebramos la invención de la máquina que transcribe pensamientos porque hará feliz a mucha gente condenada a la incomunicación verbal, pero el precio a pagar puede ser alto si acaba manoseada por una mente perturbada: podría llegar el momento en el que dejemos de ser dueños de nuestro silencio.

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