Existen víctimas de primera y víctimas de segunda. Su categorización está únicamente determinada por el uso que se pueda o no hacer de ellas. Si se doblegan y llaman señor al político que requiere de ases bajo la manga para utilizarlos cuando le convenga, las víctimas pasan a ser supervíctimas. Si, en cambio, estas deciden huir de intereses partidistas y emprender la lucha por recordar lejos de escaños y pasillos de edificios oficiales, son víctimas, sí, pero no tanto.

Marimar Blanco, hermana de Miguel Ángel Blanco, es una supervíctima. Mimada por la directiva del PP, que mueve una y otra vez sus piezas internas para que siempre obtenga representación institucional, aguarda agazapada a que el partido le dé luz verde para salir a morder cuando conviene hablar de ETA. Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez, es una víctima de segunda. Porque pica, es incómoda, no dice lo que otros quieren que diga. Paga con el ostracismo su independencia y los de arriba la miran con displicencia porque no le perdonan que no les deje ondear la bandera del asesinato de su hermano.

María San Gil estaba en el bar La Cepa de San Sebastián ese 23 de enero de 1995 cuando Txapote entró y le descerrajó un tiro en la nuca a Gregorio Ordóñez. La última imagen que tiene de su compañero, dice, es absolutamente tétrica, con su cara hecha pingajos. Hoy San Gil, subyugada a esta desvergüenza política, afirma que el “Que te vote Txapote” ha de gritarse al unísono porque “hay frases que son tan contundentes que hay que seguir repitiendo”. El 13 de julio de 1997 una joven Marimar Blanco conmocionó a España cuando fue enfocada por las cámaras que la mostraron devastada por el asesinato de su hermano a manos del mismo terrorista. Hoy, junto a otras 99 supervíctimas de ETA, defiende la expresión porque “ha nacido del pueblo”. De ese pueblo que encarna un fascista orgulloso que también llamó a Sánchez genocida, hijo de puta y rojo de mierda.

Y mientras se mercantiliza este lema inmortalizándolo en camisetas, pulseritas y camiones de campaña, mientras presidentes autonómicos lo utilizan en las instituciones y son adulados por una plebe que no acepta otra democracia que no sea la suya, mientras candidatos a gobernar este país demuestran una extraordinaria cobardía no condenándolo cuando se les da la oportunidad de hacerlo, mientras todo eso ocurre, ahí quedan, en las cunetas, las víctimas de segunda.

Tal vez el uso electoralista del “Que te vote Txapote” acabe siendo efectivo. Esto provoca un daño colateral que personas como Marimar Blanco parecen estar dispuestas a asumir. Todos los chavales borrachos que durante los sanfermines entonaron el lema saben hoy quién es Txapote. No tienen, en cambio, ni puta idea de quién fue Miguel Ángel Blanco.

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