En el pleno del Ayuntamiento de Algeciras del pasado lunes, el ordinario de octubre, una persona del público insultó a un miembro de la corporación municipal. En otros anteriores también he podido comprobar que, entre los asistentes, se ha increpado y se ha provocado. Entiéndanme. El insulto no fue grueso, aunque no deja de serlo, y no se ha registrado ningún alboroto de consideración. Narro sucesos puntuales en el marco de una sesión plenaria. No quiero que parezca que los plenos algecireños son como un fondo ultra porque, insisto, no es el caso. Sin embargo, eso ha ocurrido. Da igual el destino del insulto o comentario despectivo y hasta el emisor. Lo cierto es que la impresión que se ofrece es pésima. Hay sitios de sobras para dejar patente lo que uno piensa. Y, si me apuran, con la vehemencia que se quiera. En un pleno, no. No de esa manera al menos. No me parece ni lo serio ni lo digno que Algeciras quiere ser.